80 años no es nada
Pasa el tiempo y, como en el
tango, la nostalgia invade los corazones de los amantes de Carlos Gardel. Su
nacimiento envuelto en la penumbra, y su muerte tampoco muy clara, dan a su
biografía un halo de misterio. El lugar y fecha de nacimiento de “zorzal
criollo” como se conoce al cantor, sigue siendo polémico. Se lo disputan
Argentina, Uruguay y Francia. Se estima que la fecha estaría entre 1883 y 1890.
Ninguna otra figura del tango concitó un interés comparable, ninguna dio lugar
a tantas y tan exhaustivas investigaciones.
Pero el recuerdo de Gardel, que se
mató un día como hoy hace 80 años en Medellín (Colombia) resucita estos días en
la tierra donde murió y en la que creció. Y resucita en mi memoria aquellos
tangos que escuchaba en mi casa los fines de semana mientras mi padre pintaba
en su rincón.
El mismo día que en Europa se
entretejían los inicios de la Segunda Guerra Mundial, en Medellín se despedía
Carlos Gardel ante los ojos de sus seguidores, que esta vez no lo veían irse en
un concierto, pero lo querían ver volver bajo el burlón mirar de las estrellas,
cómo él mismo lo cantó.
Eran las 3 de la tarde. Los 3.000
espectadores que habían ido al campo de aviación a despedir a Carlos Gardel y a
sus acompañantes no tuvieron tiempo de pensar en nada. Apenas se quedaron
paralizados y abrieron los ojos como puertas de una iglesia. Sus cuerpos,
detrás de las improvisadas barreras del aeropuerto de Medellín, quedaron en pie
sólo por la escasa rebeldía ante la ley de gravedad.
Desde lejos pudieron contemplar, atónitos, la tragedia que se estaba desarrollando: dos moles de metal en movimiento, un choque seco, la explosión de los tanques del combustible y el incendio que se extendió en un área de cuarenta metros a la redonda. A las tres de la tarde, el Ford F-31 de la empresa Saco, carreteó el aeropuerto y se salió de pista al intentar despegar y chocó de frente con el Ford F-11 de Scadta. Así falleció al instante el ícono que influenció toda la cultura del tango para el mundo.
Desde lejos pudieron contemplar, atónitos, la tragedia que se estaba desarrollando: dos moles de metal en movimiento, un choque seco, la explosión de los tanques del combustible y el incendio que se extendió en un área de cuarenta metros a la redonda. A las tres de la tarde, el Ford F-31 de la empresa Saco, carreteó el aeropuerto y se salió de pista al intentar despegar y chocó de frente con el Ford F-11 de Scadta. Así falleció al instante el ícono que influenció toda la cultura del tango para el mundo.
Todos lo lloraron, pero, más que
eso, todos lo cantaron, lo bailaron, lo inventaron, y después de esa
deflagración de dolor y humanidad y deseo y tristeza lo único que pudieron
hacer fue revivirlo.
Gardel tuvo el privilegio de
estar dotado de una voz única, acompañada de un oído que la guiaba de forma
magistral. Su talento vocal está fuera de discusión, pero sí se discute sobre
su mayor o menor capacidad como compositor e instrumentista.
Vocalmente lo tuvo todo: timbre, color, oído, y una expresividad que podía recorrer la ironía, el humor o el mayor dramatismo. Contó con la suerte de poseer un natural histrionismo escénico y tuvo a lo largo de su carrera una serie de afortunados encuentros con artistas, productores y empresarios del espectáculo, que lo llevaron a la cima del éxito internacional, en el complejo periodo de entreguerras.
Sus restos reposan en el
Cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. Desde su muerte, los temas
interpretados por Gardel han cruzado océanos y perduran en la memoria musical de todo un continente.
Vocalmente lo tuvo todo: timbre, color, oído, y una expresividad que podía recorrer la ironía, el humor o el mayor dramatismo. Contó con la suerte de poseer un natural histrionismo escénico y tuvo a lo largo de su carrera una serie de afortunados encuentros con artistas, productores y empresarios del espectáculo, que lo llevaron a la cima del éxito internacional, en el complejo periodo de entreguerras.
Porque 80 años no es nada, y porque siempre se regresa a Gardel, aquí os dejo, esta noche, las canciones con las que se le recuerda (o, quizás, le recuerdo yo)