jueves, 26 de diciembre de 2013

Ennio Morricone

La música de cine se llama Morricone

      Que la banda sonora es una parte esencial de la atmósfera de un film estuvo claro desde los primeros pasos de la cinematografía, cuando el cine mudo no era exactamente mudo y las latas de las cintas iban acompañadas de una lista de partituras. 

      Desde entonces, la música en el cine se ha convertido en un “actor” más: Establece un tono y funciona como guía de lo que debemos sentir en cada momento. Nos manipula, es cierto. Pero también nos ayuda a saber qué puede ocurrir. La banda sonora de una película puede provocar desasosiego en el espectador con la intención de hacerle sentirse  tan desconcertado como un protagonista. También es capaz de elevar en grandilocuencia y dramatismo cualquier escena en cualquier tipo de historias. O puede acabar resultando la única arma para sobresaltar al espectador en una mala película de terror.

      Pero la banda sonora no sólo funciona como conductora de emociones. Su relevancia como herramienta narrativa dentro de las películas se aprecia de nuevo desde los comienzos del cine, donde no sólo subrayaban las emociones que los actores trataban de comunicar con sus exageradas muecas, sino que se empleaban para llamar la atención del espectador y poner énfasis sobre ciertos elementos esenciales de la historia. La música en el cine es, pues, una explicación paralela, a veces opuesta, que bien complementa o bien mejora (nunca debe empeorar) lo que se explica en guion y en imágenes. Y como la música siempre gana, porque nunca es cuestionada, aquello que explique el compositor es aquello que el espectador recibe. 



      Grandes compositores hay muchos, pero parece que siempre que tropiezo con una banda sonora que me gusta está detrás Ennio Morricone. Siento debilidad por él, lo confieso.  Por todo Morricone; porque hay muchos Morricones en Morricone, lo que da fe de su polivalencia y el inmenso interés de su obra: está el vinculado al cine social izquierdista, el de su inquebrantable lealtad a un buen puñado de directores.  Ha trabajado con directores tan diversos como Sergio Leone, Roman Polanski, Giuseppe Tornatore, Brian de Palma, Quentin Tarantino, Bernardo Bertolucci, Oliver Stone o Pedro Almodóvar. Está el Morricone comercial y el artesano, que abarca desde las melodías más sencillas hasta los ejercicios de estilo más atrevidos, que distingue aquello que la gente quiere escuchar y aquello que realmente le gusta componer (por lo general, poco asequible a oídos generales, pero fascinante). 

      Y está el Morricone de los géneros: el romántico, el dramático, el terror, el policíaco o el erótico, en los que imprimió una huella tan reconocible como imitada (el llamado “sonido Morricone”). Pero, claro, está el Morricone de los westerns de Sergio Leone (y los que no son de Leone). Y en este punto habría que remarcar que nadie llevó tan lejos la música para el género, y que por la exquisitez de su aportación merece ser considerado el mejor compositor que jamás haya trabajado en el mismo. 


      Cuando Sergio Leone cuenta con su buen amigo Ennio para componer la música de la llamada "Trilogía del dólar", el  spaghetti western obtiene un inesperado éxito. La estrecha colaboración entre ambos genios de la industria del cine continuaría siempre, haciendo más grandes las películas de este gran director. La soledad del desierto no se entiende sin la harmónica, el cabalgar de los caballos no es lo mismo sin la rítmica percusión ni los tensos y dramáticos duelos no se entienden sin las voces, los silbidos o las trompetas.

      Nadie ha abierto tanto el objetivo de la cámara (musical) como él, nadie ha multiplicado tantas posibilidades expresivas y narrativas en el cine. No quiero afirmar que sea el mejor compositor de cine de la Historia, porque atribuir esa corona en un reino con tantos reyes es casi insultante, pero sí desde luego es uno de los cineastas más fundamentales de este medio. ¡Y sigue vivo y productivo! manteniendo intacta su increíble vitalidad. No es nada fácil hacer un resumen de una carrera tan prolífica. Para detallar su obra y su importancia necesitaría un espacio inabordable, así que iré despiezando lo que más me gusta de él. Espero que la selección que he hecho sea de vuestro agrado.



      En los dos años consecutivos se estrenarían los dos títulos restantes de la trilogía :“La muerte tenía un precio” y “El bueno, el feo y el malo”
      No quiero dejar de lado el western sin antes hablar de una de sus mayores características y aportaciones. Morricone ideó una fórmula que aplicaría varias veces en los créditos iniciales (misma fórmula, distinta música) y que consiste en un símil de la Creación: se inicia con sonoridades rudas y primitivas (la música de la Tierra silvestre), prosigue incorporando percusiones y otros instrumentos convencionales y voces (el origen de la vida) y acaba con la orquesta en su máximo rendimiento (la aparición del hombre). Es entonces cuando comienzan las historias. Por ello, la lógica impuso que los instrumentos fueran lo menos convencionales posibles y, a la vez, con las sonoridades más primarias: látigos, golpes de yunque, guitarras tocadas en sus registros graves, campanas, aullidos, gritos, harmónica… todo lo que evocara la idea del origen del hombre. Lo contrastaba con la intervención de la voz soprano de su inseparable Edda Dell’Orso y el resultado, entonces, era perfecto. Aquí tenéis plasmada clarísimamente esta fórmula de Morricone.


      El más famoso de entre los compositores que trabajan en el cine, sin embargo, y esto es muy curioso, tiene una ingente obra que es, a pesar de lo que se pueda creer, muy poco conocida. Exceptuando los westerns y filmes como “La Misión” o “Cinema Paradiso”, que le han dado mucha fama, el grueso de su creación, más de 500 títulos en cine y televisión, es muy desconocida.

La misión (1986)
      Con su ritmo sosegado en unos momentos y desasosegante en otros Morricone, sin alzar la voz, consigue comunicar todo tipo de sensaciones. La inolvidable partitura integra, casi milagrosamente, los sonidos del folclore indígena en una música de naturaleza mística y profundamente evocadora. Banda sonora que no necesita imágenes para llegar a lo más hondo del ser humano. Inexplicablemente no consiguió el Oscar a la mejor banda sonora (nunca lo consiguió). No sé dónde tenían puestos los sentidos los entendidos de Hollywood.

      Dulzura, humanidad, belleza. Unas cualidades que van inherentes al título de Giuseppe Tornatore y su música. Otro de esos ejemplos en los que no se comprende la película sin su banda sonora; las notas no sólo acompañan sino que forman parte de la nostalgia, la melancolía y todo ese abanico emocional de la historia de Alfredo y Salvatore.


      Difícil dejar de lado películas como “El Juego de Ripley”  o “Érase una vez América”

    Ripley’s game, (El juego de Ripley) del 2002 está basada en la novela “El amigo americano” de Patricia Highsmith y cuenta con una banda sonora de regusto minimalista con la que nos vemos envueltos por la tensión creciente de la acción. El clavicémbalo con piezas de Bach y de Scarlatti, ahonda aún más en esta sensación. La película me cautivó. Viendo al protagonista caminar por esa casa monstruosamente grande, monstruoso vacío nocturno, guiados por la música de Morricone, se puede llegar a sentir la soledad y el aislamiento que rezuma este hombre, una soledad que su propio cinismo convertido en forma de vida no le permite reconocer.  La alternancia de minimalismo y música lírica agrega dimensión al misterio. Inquietante el piano desafinado del final. He buscado insistentemente la pieza número 3 del que acabó siendo el disco de la banda sonora, Louise, pero no lo he encontrado. Lástima, porque me encanta.


      “Érase una vez América” dirigida por Sergio Leone en 1984. Para algunos entendidos esta película está considerada como la obra maestra de este director. Una vez más, esos grandes amigos que fueron Leone y Morricone, consiguieron una nueva pepita de oro para el cine.


      Mi admirado compositor de bandas sonoras cumplió en noviembre 85 años. El 7 de diciembre se hizo oficial el Premio Europeo de Cine a la Mejor Banda Sonora por su composición para “La mejor oferta” (2013), la última película que se ha estrenado bajo su batuta. Éste es un Morricone íntimo, cerrado, por momentos críptico, que busca encontrar a través de su música la esencia de la obsesión, de la inseguridad, y lo hace con una música que en términos globales es quebrada, inestable, rota, lo que ayuda mucho a recrear el pesar psicológico del protagonista. Hay un fuerte contraste con su bello y austero tema principal, lírico pero también afligido, y es ese tono dolorido, en momentos desesperado, lo más destacado de esta singular y no fácil creación.


      Pero el Morricone que más me atrae, que más me cautiva, que más me apasiona es el cineasta y compositor comprometido.  Bernardo Bertolucci ya dijo en su momento que “Morricone es el autor de varios de los Himnos nacionales de Italia”, por el inmenso poder e influencia que ha tenido su música dentro y fuera del cine, en los ambientes populares y también los intelectuales. Su vinculación al cine social izquierdista de su país, en filmes de Gillo Pontecorvo, Elio Petri, Giuliano Montaldo o el propio Bertolucci, hicieron de su música toda una declaración de compromiso político e intelectual, y su lealtad a estos directores fue férrea. En una entrevista de la revista Fotogramas, en diciembre de 1999, declaraba:

      “Soy de izquierdas, pero no comunista. Me impliqué en aquellos filmes porque mis amigos los dirigieron, pero también porque lo que se contaba era muy importante. Me alegra saber que con mi música llegaron a más gente”.

      Y esa es, precisamente, una de las claves de su éxito: la repercusión de su música ayudó mucho a popularizar esos filmes: “La batalla de Argel” (1966), “Queimada” (1969), “Sacco y Vanzetti” (1970), “La clase obrera irá al Paraíso” (1971), “Allonsanfan” (1974), “Novecento” (1976) o “El prado” (1979) son solo algunos de esos títulos en los que no se limitó a poner música, sino que hizo de ella un compromiso ideológico que ayudó, porque la buena música tiene ese poder, a implicar emocionalmente a los espectadores. A implicarnos a muchos de nosotros aún más.

      En el caso de “Baarìa”, Morricone recupera una imponente marcha siciliana que había escrito para “Allonsanfan”, en la que condensa el orgullo y el poderío de un pueblo sufriente. Junto a esta, maravillosos temas dramáticos y líricos encabezados por un hermoso tema dulce, evocador y delicado, que lleva bien impresa la firma de su legendario autor y que aporta una gran profundidad emocional. Otros temas de similar línea se combinan con músicas contundentes y dan como resultado una nueva creación ejemplar del eterno romano.
      Italia le debe mucho a Ennio Morricone. El Séptimo Arte, muchísimo más. Escuchad el maravilloso himno de “Novecento”. El extenso fresco humano y político de Bernardo Bertolucci está enmarcado en esta apasionada y sincera banda sonora, que se ha convertido en himno y referente.


      Podría haber hablado de Los intocables, “La Cosa”,Días de Cielo” o “Lolita” pero he decidido acabar con una de mis favoritas personales y no tan reconocida como las anteriores, ‘The Legend of 1900’, otra de las colaboraciones de Morricone con Tornatore. Como ya he dejado caer en varias ocasiones, los pianos me pierden, y Ennio desata aquí su habilidad para emocionar con la orquesta con piezas preciosas de aquel instrumento para acompañar la historia del pianista. No faltan los temas de jazz y blues, con su saxo o su trompeta, pero cuando me entran escalofríos es cada vez que escucho The Crisis con ese trágico piano y la nota desafinada que casi parte el corazón cada vez que suena.
      Si tuviera que resumir este largo post (es maravilloso estar de vacaciones para poder dedicarme a lo que tanto me gusta) diría que Ennio Morricone es el músico del sentimiento, la melancolía, la nostalgia y la añoranza. Y sin repetirse, cada película es una nueva inspiración. Toda su obra es maestra gracias a su constancia, su talento, cualidades ambas de los genios. ¡Cómo no amar el cine!

martes, 3 de diciembre de 2013

Nocturno

“Cierro los ojos y me dejo llevar; me dejo llevar por las sendas inescrutables de los sueños, de la fantasía, del amor”

No hay cosa más bella en este mundo que llorar por nada mientras se escucha un solo de piano.  Quizá pensaréis que es una tontería, y tendréis razón. Pero es hermoso.

Esta noche mi abuela ha venido a visitarme de la mano de mi hija, en el texto que Miss Zeta escribió a su padre aquel 28 de mayo y que, por casualidad, se ha cruzado en mi camino.  E, irremediablemente, mi abuela tiene el sonido de un piano. De un piano interpretando un nocturno. No podrían tener mejor nombre esas composiciones que evocan la tranquilidad de la noche, la evanescencia de ese sentimiento melancólico que destila todo romántico.


Y decir “nocturno” es decir “Chopin”. Sólo con sus nocturnos hubiera sido suficiente para que el músico trascendiera las puertas de la gloria. Digo esto para mostrar hasta qué punto, los músicos, estudiosos y amantes de la música, los concebimos como una de las partes culminantes de la pianística de todos los tiempos. Transitan casi todos los estados de ánimo, desde la más profunda soledad hasta una buena charla con amigos. Pero aunque la mayoría atribuye a Chopin la creación del estilo nocturno, fue el compositor irlandés John Field el original creador de los movimientos que poco más tarde Chopin, gran admirador del trabajo de Field, hiciera de ello su sello de identidad. 


Pero lo realmente apabullante es el nivel de creatividad, sonoridad y armonía que nuestro romántico polaco logró con estas obras. Su interpretación lleva un sello de tan profunda originalidad, es tan magistral, que se podría decir de Chopin que es un virtuoso absolutamente perfecto.

“Los Nocturnos op. 9”, aquellos que mi abuela tocaba con los ojos cerrados, como si el propio Chopin guiara sus manos, son un conjunto de 3 piezas dedicadas a madame Camile Pleyel.

El Nocturno Op. 9 n.º 1 en Si bemol menor tiene una soltura rítmica que caracterizó los últimos trabajos de Chopin. La mano izquierda tiene una secuencia ininterrumpida de corcheas en arpegios sencillos durante toda la pieza, mientras que la mano derecha se mueve con total libertad en patrones de siete, once, veinte y veintidós notas mientras crece, se oscurece, vuelve a crecer para acabar en una plena y perfecta quietud..


Luego llegaría el exquisito Nocturno Op. 9 n.º 2 en Mi bemol mayor. Este nocturno está lleno de melancolía por sus  arpegios, siempre sutil y lleno de exaltación puesto que la pieza termina tan silenciosa como se inicia. Chopin escribía sus obras de forma que su digitación obtuviera la sonoridad que deseaba, hecho curioso, ya que a él le gustaba dejar al intérprete la libertad de ejecución.


Siempre me ha costado mucho decidirme por cuál de los dos me emociona más

Después de Chopin, nuestro compositor favorito era Frank Listz, su amigo y gran rival. Aún recuerdo cuando mi abuela me contó que Chopin tenía gran facilidad para hacer unas imitaciones de personas tan fieles al original que se contaba que un día copió a Liszt en su manera de vestir, hablar y tocar, con tal exactitud que un ingenuo admirador que asistía a un concierto, al encontrarse unos días después con el auténtico Franz Liszt, le dijo indignado: “¡Ah! ¡No, Chopin, esta vez no me engañará usted!”

El nocturno de Franz Liszt subtitulado Sueño de amor, es una de las más deliciosas piezas musicales románticas que, a mi gusto, se hayan compuesto para piano. Tiene de todo: finura y riqueza de color, brusquedad y golpes de brazo, melancolía y pasión, tranquilidad y tensión.

Y ¿qué amante de la música clásica no conoce a Rubinstein?  Aunque la grabación es antigua y defectuosa, fijaos en la tranquilidad que presenta el pianista en su rostro. Escuchad cómo liga las notas, aunque sus brazos apenas se mueven. Es una preciosidad, es una joya, es exquisita esta obra. Merece la pena. Palabra…