“Los veranos son tiempo para ti,
para la familia, los amigos, para mimarte, para escribir y leer, escuchar
música, para disfrutar” me dijo mi amiga y compañera Noelia mientras
destapaba un frasco del que salieron un montón de mariposas de colores en busca
de su Libertad.
Como casi siempre, esa mujer tan especial tiene razón: yo los veranos los aprovecho para leer libros largos, intensos, de esos
en los que me zambullo y me es imposible salir hasta que los acabo. Libros que,
por su tamaño, la agotadora cotidianidad de la vida les empuja a dormirse sobre
mi regazo alargando su lectura de tal modo que nunca llego al final.
Uno de esos libros ha sido Rayuela, la obra con la que Julio Cortázar sacudió las letras en español, coincidiendo con los grandes movimientos de liberación; un libro que leí en 1987 y quise releer esta primavera, en Semana Santa.
Me compré una nueva edición (con la letra más grande que la que tenía) pero no lo acabé. Así que este verano, mientras un sorprendente (por nuevo) y tórrido calor insoportable en la Ribera del Duero nos mantenía encerrados en busca de un poco del fresco que se consigue a la sombra en aquella tierra, retomé su lectura para encontrarme con algo a lo que en 1987 no le di el valor que tiene: múltiples referencias al jazz.
Julio Cortázar, amante de la
música, seguidor de varios géneros musicales, fue mucho más que un mero
aficionado al jazz. Su pasión por esta música acabó moldeando su creación
literaria, hasta el extremo de que su escritura, libre e improvisada, puede
considerarse como un reflejo de los elementos compositivos del jazz. Nació solo tres años antes de
que se grabara el primer disco de jazz, y se aficionó para siempre a esa música
en una adolescencia que coincidió con su primera edad de oro, a finales de los
años veinte, con las grabaciones legendarias de los Hot Five
y los Hot
Seven, de Louis Armstrong y
el éxito en el Cotton Club
de Harlem y en las transmisiones de radio de la orquesta de Duke Ellington.
"Soy un músico frustrado",
confesaba en 1983 en una entrevista que le hicieron en Madrid. Tocar la
trompeta no era su fuerte, y él lo sabía. Aun así, decidió
anteponerse al ridículo y sacarle algunos sonidos, por lo menos unos años,
motivado por el amor al jazz, “para gran desesperación de mis vecinos. Yo
la tengo como procedimiento higiénico. Cuando estoy cansado, fatigado, por
haber escrito o leído mucho, tocar un rato la trompeta es un ejercicio
respiratorio formidable”
Pero volvamos a la novela. El
jazz tiene en Rayuela un poder autónomo y un valor fundamental, ya que posee
una variedad de funciones que en la novela trabajan simultáneamente. Aparece,
por ejemplo, como objeto de exploración, ya que los personajes lo usan como
punto de partida para la exploración de sus propias inquietudes. Es también
sujeto, cuando su influencia sobre los personajes llega a afectar la acción o
como observador marginal: la música y la lírica son usadas para comentar el
desarrollo de la acción; y como mundo paralelo al de los personajes, cuando la
problemática del jazz como forma de arte se ofrece como una alternativa posible
a la escritura y paralelo para los dilemas literarios y existenciales. Esta
variedad de funciones, así como la fuerza que tiene en el texto y el grado en
que afecta a los personajes y a la acción de la novela, se perciben en la forma
en que la novela representa las conciencias de cada personaje, ya que éstos se
presentan al lector a través de sus experiencias con el jazz.
Los miembros del Club de la
Serpiente escuchan discos, se comenta la música, se especula sobre la vida de
los jazzmen, y se citan letras de canciones de jazz. Pero fijaos que no
escuchan el jazz que podría ser el soundtrack perfecto del libro, como un TheloniusMonk o un Miles Davis, el cool jazz o el free jazz, sino que son adeptos al jazz
más temprano, a los clásicos, cuando ni siquiera se le conocía popularmente
como tal, sino las variantes como el ragtime, el dixieland, el swing, y ya más
tarde el bop y el bebop.
¿Nos metemos en la música? ¡Vamos a ello! Entre los capítulos del 10 al 18 aparecen los siguientes temas (si clicáis en el enlace del capítulo os dirigirá al texto):
En el capítulo 10 aparecen I'm coming, Virginia de Frankie Trumbauer & His Orchestra y Jazz me blues de Bix Beiderbecke & His Gang. En el capítulo 11, Four O'clock drag de Lester Young and The Kansas City Six y Save it pretty mama de Lionel Hampton. En el capítulo 12 encontramos tres temas: Body and soul de Coleman Hawkins, Grooving high de Dizzy Gillespie y Baby dol y Empty Bed Blues de Bessie Smith. Pasamos al capítulo 13 con Don't play me cheap de Louis Armstrong y al capítulo 14 con After the rain de John Coltrane, Village blues de Sidney Bechet y C.C. rider de Lonnie Johnson.
En el capítulo 15 encontramos Blue interlude de Benny Carter, When
I'm drunk de Champion Jack Dupree y Black
brown and white de Big Bill Broonzy. En el Capítulo 16 Hot and bothered de Duke Ellington & His Orchestra y I ain't got nobody de
Earl Hines. En el capítulo 17 Mamie's blues de Jelly Roll Morton y Stack O'Lee blues de Waring's Pennsylvanians. Y,
finalmente, en el capítulo 18, Jelly beans
blues de Ma Rainey y Oscar’s Blues de Oscar Peterson.
Como ya he dicho y habéis podido comprobar,
el jazz que escuchan los personajes de Rayuela es un jazz muy temprano, muy
basado en el blues ( Big Bill
Broonzy, Bessie Smith, Bunk Johnson...), y en el bebop (Oscar Peterson, Dizzy Gillespie...) Ambos estilos enfatizan la marginalidad y la expresión
emocional profunda; son formas artísticas nuevas e innovadoras que se basan en
la improvisación: la creación de algo nuevo e individual (la improvisación del
solista), pero arraigado en la creación colectiva (la actividad del conjunto).
Si os fijáis la mayoría de carátulas de los videos que
os propongo llevan el título de Jazzuela. Este trabajo es música para leer, literatura para escuchar, la “banda sonora” del libro, un viaje musical por Rayuela.
“Jazzuela es mi humilde homenaje a Julio Cortázar”, escribe la autora Pilar Peyrats en 2001, lejos de centenarios y celebraciones oficiales mil, en el epílogo de un libro-disco que es un hallazgo porque recorre la obra de Julio Cortázar en general pero sobre todo detalle a detalle los capítulos de Rayuela con extractos de conversaciones, explicaciones, comentarios y apostillas en torno a la música que escuchan los protagonistas. Un volumen que es una pequeña enciclopedia de las preferencias musicales del autor.
El disco compacto que acompaña el libro recoge 21 grabaciones de jazz y blues mencionadas en esos capítulos (19 que figuran en la novela y dos más que “están implícitos”) que no sólo son determinantes en el texto; sino que nos invitan a recorrer parte de la historia del jazz, toda una explicación de cómo Cortázar armaba sus modelos con palabras y notas. Este post es una pequeña y podéis decir burda imitación de lo que hizo la autora de Jazzuela.
El disco compacto que acompaña el libro recoge 21 grabaciones de jazz y blues mencionadas en esos capítulos (19 que figuran en la novela y dos más que “están implícitos”) que no sólo son determinantes en el texto; sino que nos invitan a recorrer parte de la historia del jazz, toda una explicación de cómo Cortázar armaba sus modelos con palabras y notas. Este post es una pequeña y podéis decir burda imitación de lo que hizo la autora de Jazzuela.
Rayuela es pues, una apología del jazz. Julio Cortázar señaló en una entrevista a Ernesto González Bermejo en Revelaciones de un Cronopio (Conversaciones con Cortázar) que la importancia del jazz está: "en la manera en que puede salirse de sí mismo...permitiendo todos los estilos, ofreciendo todas las posibilidades, cada uno buscando su vía. Desde ese punto de vista está probada la riqueza infinita del jazz; la riqueza de la creación espontánea, total... cada músico crea su obra, es decir que no hay un intermediario, no existe la mediación de un intérprete...la improvisación, una creación que no está sometida a un discurso lógico y preestablecido sino que nace de las profundidades..."
Para acabar uno de los textos más
bonitos jamás escritos sobre cualquier tipo de música, y del ser humano, y de
todo lo que se encuentra en nuestro interior.
"... todo es turbio y sucio
y canalla y cada hombre quisiera arrancar esos corpiños tibios mientras las
manos acarician una espalda y las muchachas tienen la boca entreabierta y se
van dando al miedo delicioso y a la noche, entonces sube una trompeta
poseyéndolas por todos los hombres, tomándolas con una sola frase caliente que
las deja caer como una planta cortada entre los brazos de los compañeros, y hay
una inmóvil carrera, un salto al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que
un piano minucioso las devuelve a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y
todavía vírgenes hasta el sábado siguiente, todo eso en una música que espanta
a los cogotes de platea, a los que creen que nada es de verdad si no hay
programas impresos y acomodadores, y así va el mundo y el jazz es como un
pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas,
algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald
mientras en París Kenny Clarke inaugura una cave y en Perpignan brincan los
dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de ubicuidad que
le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires,
en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal,
algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones
inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire
y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia
mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego
central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen
traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no
era el único y no era el mejor, o que quizás había otros caminos, y que el que
tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y
que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que
un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso
que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de
esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se
reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en
las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás
se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un
blues, etcétera, etcétera. (capítulo 17)
I could sit right here
and think a thousand miles away,
I could sit right here
and think a thousand miles away,
Since I had the blues
this bad, I can’t remember the day...”