Todo sigue igual
"Treme" es una serie sobre
gente normal en un momento y un lugar extraordinarios. Tiene la velocidad de la
vida normal y eso es una moneda muy tramposa para gastar en televisión. No hay
gángsters, no hay zombis. Por ello, por intención, estética y discurso funciona
como antítesis de la “fast-food” televisiva. Habla de la Nueva Orleáns, NOLA,
después del Katrina, de la
criminal negligencia de quienes tenían que haber velado por su seguridad y la
de sus ciudadanos. “No es un desastre natural, es un desastre humano” grita John Godman ante las cámaras
de TV en la primera temporada. "Treme" nos habla de los desplazados de aquella tragedia
que pronto dejó de interesar a los políticos. Del despilfarro, del esquilme, de
las corruptelas aprovechando su reconstrucción para enriquecerse mientras,
orgullosos ciudadanos, de rodillas entre las ruinas, rehacen su existencia. Las
cámaras, el interés de los medios de comunicación hace tiempo que abandonaron en
Nueva Orleans. La dejaron a su suerte. Igual que los políticos. Sin embargo, Simon se quedó. Esa es la base de esta serie que
tiene una narrativa casi microscópica, costumbrista, pegada a la tierra.
Pero hay otro motivo para verla, el mismo motivo por el que una
serie de TV ( yo que no veo nunca la tele) aparece en un blog como el nuestro: LA MÚSICA.
La Música. Y no puede ser de otra forma. NOLA es la ciudad de Louis Armstrong, de Sidney Bechet; la ciudad de los Congo Square. Y la serie tiene una selección musical exquisita. Desde el comienzo hasta el final es un fantástico recorrido por los sonidos que forman Nueva Orleáns, bajo la piedra angular del jazz, aunque en sus capítulos también se escucha mucho, funk, folk, honky-tonk y hasta rock. Es una fiesta del ritmo, una orgía. Es una gozada para los oídos. La premisa es difundir el maravilloso legado afroamericano de la música de Estados Unidos. Sólo con la canción de apertura se justifica este primer punto. Es la hipnótica Treme del gran John Boutté. Pero hay muchísimo más. Mientras se cuentan sus historias entrelazadas, suenan composiciones de Dr. John, Lee Dorsey. En un plano más jazz suenan Louis Amstrong, Sonny Rollins, Coleman Hawkins o Allen Toussaint. En un ámbito más rock se ponen canciones de Little Richard, Emmylou Harris, Randy Newman o Steve Earle. ¿Os parecen pocos motivos? Escuchar estas canciones con el paisaje de Nueva Orleáns en la pantalla es sentir que tienes alas. Dan ganas de comprarse cincuenta discos. Y sí, también dan ganas de irse a vivir Nueva Orleáns. Al menos una temporada. Que hablemos del jazz, y que naciera del vientre del blues y entre los nietos de los esclavos, y que semejante herencia brille en una serie que busca morder tu estómago sin concesiones ni peajes, refuerza la sensación de hallarnos ante un milagro.
Otro de sus grandes atractivos es los cameos. Los creadores de la serie han
sido hábiles y han jugado con un buen puñado de músicos para hacerlos aparecer
en los capítulos con una gran naturalidad, a medida que se desarrolla la trama.
Aunque solo hubiera aquí una intención notarial, mediante el despliegue de
actuaciones rodadas en directo y el interminable manantial de talentos,
legendarios y anónimos, que desfilan por los capítulos, hablaríamos de un
documento único. Sin embargo, lejos de abandonarse a la lógica felicidad de
saberse rodeados por semejantes fieras, los creadores de la serie se las
ingenian para que cada concierto, cada canción, tenga sentido. No son
artefactos lujosos y superfluos, pintureras postales, ornamentales souvenirs,
sino cápsulas plenas de emoción que caminan dentro de los guiones, no contra o
sobre, enriqueciéndolos.
Los grandes nombres que en la serie aparecen no son apariciones forzadas.
Al contrario, podrían haberse producido algunos hechos tal y como suceden en la
serie. Es el caso de Elvis
Costello que se le ve en un bar empapándose de jazz para luego
inspirarse en su nuevo trabajo. De hecho, Costello y el pianista Allen
Toussaint aparecen juntos grabando ese disco fantástico que fue The River in Reverse (2006).
También se ve a Dr. John o a Steve Earle y su hijo Justin haciendo ambos de
cantantes. También el trompetista Kermit Ruffins que
hace de sí mismo como un ciudadano de NOLA, feliz con sus barbacoas en casa y
sus noches de jazz de garito. Otros que aparecen son Cassandra Wilson, Soul Rebels Brass Band,
o Troy Trombone
Shorty Andrews.
Sé que me falta hablar de los indios y el Mardi Gras, de los funerales de
Nueva Orleáns, con su banda de jazz. Pero, como me diría Jesús, me está quedando
largo. Ambas cosas se merecen un post entero. Hay un par videos, sin embargo,
que creo que no os debéis perder. El del funeral del hermano de una de las
protagonistas (si es que los hay) y el de una pieza fusión de la música de
Nueva Orleans y la tradición criolla.
El hecho de que "Treme" haya finalizado de la forma en la que lo ha hecho:
con una cuarta temporada de cinco capítulos y un desenlace (magnífico, dicen,
yo no lo he visto todavía) emitido el 29 de diciembre, funciona casi como una
metáfora de la peleona existencia de una serie extraordinaria que merece pasar
a la historia de la televisión. Que ha vivido de prestado casi la mitad de su
vida en la pequeña pantalla.
Lo más triste y real de la serie es que en todas las luchas de los
personajes para cambiar su entorno nadie consigue ni una sola victoria. Así se
despide "Treme", sin que nada haya cambiado nada en Nueva Orleáns. Las vidas
avanzan, la indignación sube y baja pero son los mismos los que ganan siempre
la partida. Vivimos en una situación en la que solo nos queda gritar, vestirnos
como un indian red y salir a la calle.
Esto es lo que hace de "Treme" una serie distinta, que detrás de tanta
injusticia social nos deja agarrarnos al sentido de comunidad de unos
personajes que luchan, que sobreviven a su manera y que encuentran a través de
la música ( y la gastronomía) la manera de ser felices a su manera.