Donde la voz casi se puede tocar Es hermoso levantarte una mañana y
encontrarte detrás de la puerta de nuestro estudio la maravillosa voz de esta
mujer. Cada vez lo tengo más claro:
Jesús debería tener el título de licenciado en descubrimientos musicales (ya
tiene el de resucitador pero eso es… otra historia)
Podía haber sido el flamenco, tal
vez la música celta, quién sabe si los aires mediterráneos. Pero no, a nuestra
artista de esta noche la cautivaron otros hechizos, los del fado. Y no sólo lo canta
como los ángeles, sino que lo hace en castellano.
María Berasarte
es una joven donostiarra, con una grandísima voz y una sonrisa en la boca, que en
2009 publica su primer álbum en solitario, llamado “Todas las horas son viejas”
teniendo a sus espaldas una larga trayectoria musical. Había ya participado en
proyectos con artistas de la talla de Niño Josele, Javier Ruibalo Diego “El Cigala” .
Hasta que llegó este álbum, no
existía ninguna grabación de fados sin guitarra portuguesa. Ella se atrevió a
hacerlo con guitarra clásica, en castellano y más percusión de lo habitual, lo
que lo convirtió en un disco distinto pero "ibérico".
De ella se han dicho maravillas
en Portugal, la cuna del fado. "El mejor álbum de fado
grabado por una voz extranjera". (Revista Time Out Lisboa). "Nos encontramos ante un fado cantado desde las entrañas, pero sin pretensión de imitar a nadie, y con momentos musicales de inusitada belleza". (Carlos do Carmo)
El 3 de marzo de 2013 publica “Agua
en la boca” un disco desde el que puede expresarse con intensidad, lirismo y
emotividad,
Esta primavera vio la luz su
tercer trabajo “Súbita” maravilloso cóctel donde se encuentran el flamenco
(Niño Josele, José Luis Montón, Javier Limón y otros
universos musicales: Ara
Malikian, Carlos
Núñez, el brasileño Edson Cordeiro, los italianos Gianmaria Testa y
Gabriele Mirabassi, o el mozambiqueño Stewart Sukuma.
Para Berasarte “son canciones hechas a medida, compuestas
por auténticos modistos. Todos los caminos que he ido recorriendo acaban en
este disco, en el que vuelvo a disfrutar compartiendo todo lo vivido. Este
disco lo definiría como 'esencial' y así es como se presenta. Femenino, con
mensajes directos, notas limpias, frágil, acercándose en ocasiones al susurro.
He intentado compartir con el oyente un mismo espacio donde la voz casi se
puede tocar”.
Ha contado con la colaboración,
entre otros, de los guitarristas José Luis Montón y José Peixoto,
exmiembro de Madredeus.
"No soy fadista. Esa es la
clave. El disco de fados lo traté como si fueran canciones y las de este disco
las trato, no como si fueran fados, pero sí con el fado que tengo instalado en
mí", explica la cantante en una entrevista con EFE.
Berasarte se formó en la Escuela Superior de Canto de
Madrid, donde adquirió técnica pero siempre sintió que le "faltaba algo".
El día que escuchó en un
reportaje de televisión cantar "Estranha forma de vida" a Amalia Rodrigues
supo que ese vacío lo iba a llenar el fado, del que lo desconocía todo hasta
ese momento "de luz".
El resto, comprobadlo vosotros mismos.
Buenas
noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُالخَير . Gabon. Boas noites.
Nietzsche y la Música; sí. Aunque a alguno de vosotros le
pueda sorprender, no es posible pensar la Música sin Nietzsche. “Nietzsche
fue un músico. Ningún otro arte estuvo tan cerca de su corazón como la
música", escribió Thomas Mann. en su Preludio hablado a un homenaje musical a Nietzsche"Su
lenguaje, su lenguaje mismo, es música y manifiesta una finura de oído
interior, una maestría del sentido para la cadencia, para el tempo, para el
ritmo de la palabra aparentemente suelta, que carecía de ejemplos hasta
entonces en la prosa en alemán y, probablemente también, en la europea".
Sin duda es así; el filósofo
alemán comienza su vida pública, escribe sus primeras obras, dominado y
enfervorizado por la música: ella es el motor de “El
Nacimiento de la Tragedia” y de sus escritos preparatorios, y termina
su vida, también con la música, en el mismo borde de su demencia sin retorno en
1888 con “El
Caso Wagner” y “Nietzsche contra
Wagner”. En todo el tiempo intermedio, nos encontramos con la música
como destino en toda su obra, indicándonos cómo Nietzsche, quizás por encima de
todo, sea la frustración del músico, del gran compositor que nunca llegó a ser.
Este es el tema de esta noche.
Para Friedrich Wilhelm Nietzsche,
la música expresa, más que cualquier
otro arte, la realidad de la voluntad de poder. Ella es, aun trágica y
melancólica, el estimulante de la vida. El citadísimo pasaje de “El
crepúsculo de los ídolos” que inaugura este post encierra, ciertamente, una de las más elocuentes
profesiones de fe en el milagro de la música que, desde Orfeo, apacigua a las
fieras y no cesa de emocionarnos e interrogarnos.
Como dice sobre el pensador y músico alemán, el filósofo Gustavo
Varela: “Y es la música el arte que, como prisma de análisis, permite no sólo
apreciar la pobreza del pensamiento moderno, sino también leer la historia de
la filosofía como el desenvolvimiento de una palabra que petrifica. Para
Nietzsche, la música es lo obstruido por una forma de pensar, es decir, un
principio de liberación que queda sepultado por una filosofía del deber, del
cálculo y de una espiritualidad programada” (La filosofía y su doble)
Partitura autógrafa
Las huellas que el universo de
los sonidos dejó en el pensamiento y en la vida del filósofo alemán, son muchas
e intensas, empezando por la relación de amor y odio que mantuvo con Wagner. “La
música nos habla a menudo más profundamente que las palabras de la poesía, en
cuanto que se aferra a las grietas más recónditas del corazón”,
sentenció el filósofo-músico cuando apenas era un adolescente. Las reflexiones
e indagaciones en torno a lo musical acompañan toda la obra del autor, desde
sus primeras aproximaciones relacionadas con el elogio a Wagner, hasta sus
últimos escritos.
La historia de esta relación no
deja de ser paradójica, porque, al parecer, en un principio, Nietzsche, como
tantos otros en su momento, se había mostrado reticente a la música de Richard Wagner. Pero a
raíz de la audición del preludio de “Tristán
e Isolda” y la obertura de “Los
maestros cantores de Núremberg” queda literalmente deslumbrado y se
confiesa wagneriano de tiempo completo: “A su lado se siente uno como cerca de lo
divino”, llegó a declarar en los momentos de entusiasmo.
Porque Nietzsche juzga con el
estómago: para él, la estética no es más que fisiología aplicada, es decir, la
mala música intoxica y la buena música fortalece.
Si el Tristán le había
entusiasmado, las óperas siguientes de Wagner determinaron una progresiva
inversión de tendencia que se tornó en ruptura, primero, y en odio visceral más
tarde. A Wagner achacará finalmente los defectos de lo alemán: pesadez,
gesticulación hueca y altisonante y ampulosidad.
Y así se planteó la pregunta: ¿Qué
quiere pues, de la música mi cuerpo entero? Pues no es del alma... Creo que su
aligeramiento. Como si todas las funciones animales debieran ser aceleradas mediante
ritmos ligeros, audaces, turbulentos; como si el bronce y el plomo de la vida
debieran olvidar su pesantez gracias al oro, la ternura y la untuosidad de las
melodías. Mi melancolía quiere descansar en los escondites y los abismos de la
perfección: he aquí por qué necesito de la música¨. (Nietzsche contra Wagner)
Por ello acabó concluyendo que “Wagner
es una enfermedad. Contamina todo lo que toca”. Pero había un antídoto
y Nietzsche lo encontró en la Carmen de Bizet. La luz del
Mediterráneo contra las brumas del Norte, lo corpóreo contra lo razonable. La
música de Carmen, sus ritmos, sus melodías, encarnan la ligereza, la
sensualidad, la fisicidad, la inmediatez... Con Carmen, Bizet no sólo salva la
música, nos salva a todos.
Sin embargo, algo que el mundo de
la música parece ignorar es la faceta de compositor del Nietzsche. Sirva como ejemplo “El último oficio de Nietzsche”
de Thomas Abraham,
donde en el último capítulo que se llama, precisamente, “Músico”, ni siquiera
se menciona que haya compuesto nada. Sólo dice que soñaba con ser músico.
Son muchas las contradicciones
del Nietzsche compositor, en parte porque la mediocre calidad de sus partituras
no admite atenuantes. “Es lo más desagradable y antimusical que he visto en
mucho tiempo”, escribe Hans von Bülow a
propósito de su Manfred Meditation.
El mismo Nietzsche que predica el
desprecio a la música romántica denominándola enervante, blanda y afeminada,
practica en sus piezas un estilo de lo más convencional y burgués. El mismo que
postula la primacía absoluta del sonido sobre la palabra se dedica
fundamentalmente a escribir canciones. Parece ser que su verdadero valor estaba
en la improvisación. Dicen algunos testimonios de quienes le rodeaban que
cuando improvisaba al piano sus ideas musicales, rozaba la genialidad; pero
cuando plasmaba esas ideas y las fijaba en una partitura, realidad intemporal
que contiene una forma y un pensamiento que se desarrolla en el tiempo, no
superaba la mediocridad.
Para Cristóbal Halffter
sin embargo, Nietzsche fue un gran conocedor del arte de la música y al mismo
tiempo un músico por vocación y afición: un músico autodidacta pero un músico
activo.
Y es que, en su juventud dudó largo tiempo antes de decidir dedicar sus
principales esfuerzos a algo que no fuera estrictamente musical. Se sabe por
testimonios de sus contemporáneos que se desenvolvía bastante bien en el piano,
sin acceder, ni remotamente, a la categoría de virtuoso. Incluso el propio
Wagner le dijo en una oportunidad: “Usted toca demasiado bien el piano para ser
profesor de filología”
Nietzsche compuso un buen número
de obras entre las que me gustaría destacar una extraña obra orquestal escrita
en 1864 titulada "Eine
Sylvesternacht" y una réplica o continuación de la misma, diez años
más tarde que tituló "Nachklang
Einer Silvesternacht " ("Una noche de San Silvestre" y
"Ecos de una noche de San Silvestre") que demuestran su imaginación y
fantasía.
Por otra parte, hay mucha música
religiosa. Resulta curioso pensar que el autor de “El Anticristo”, sea la
misma persona que compuso el Miserere a
cinco voces.
Su última composición, la Oración a la Vida, es fruto de la
convivencia durante tres semanas con su alumna Lou Andreas Salomé.
El maestro se había enamorado perdidamente de la alumna que le regaló un poema
escrito por ella mucho tiempo antes y que él adaptó a otra pieza musical que ya
había compuesto: el Himno a la Vida
Los registros discográficos de
las composiciones de Nietzsche merecen ser recorridos. Sobre todo las canciones
entonadas por el legendario barítono berlinés Dietrich
Fischer-Dieskau, experto en el repertorio liederístico.
También se consiguen en el mercado,
no sin esfuerzo, dos CD grabados en Canadá que incluyen composiciones para
piano, para piano y voz (femenina y masculina), para piano y coro, y para violín
y piano. El nivel de estos trabajos es alto y permite disfrutar sin obstáculos
de la ternura y juvenil alegría de las piezas nietzscheanas.
En definitiva, su música,
delicada y más bien jovial, ceñida al gusto y los patrones armónicos de la
época y ajena a cualquier intención de ruptura, no sólo es prewagneriana sino
prenietzscheana. Y aunque logra páginas decorosas e incluso sugestivas, ajustadas
a su precepto de que “la música debe ser serena y profunda como
una tarde de octubre” no permiten presentir al intelectual iconoclasta,
al hombre atormentado que escribía con sangre.
Nietzsche y ¿su madre? en 1899, en un hospital psiquiátrico
En la música halló Nietzsche el
escenario donde montar el coro, a veces consonante y, otras, disonante, de sus
contradicciones: diálogos, guerrillas verbales, silencios. Al final se volvió loco, inmóvil y taciturno. Las palabras lo habían abandonado pero no la música, ni su
madre. Sonreía al escucharla y podía aún descifrarla en el piano.
Buenas
noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُالخَير . Gabon. Boas noites.