domingo, 20 de enero de 2013

Arvo Pärt

"El rey del minimalismo sacro"

Quienes amamos la música sin prejuicios quedamos sorprendidos ante compositores contemporáneos que tienen como finalidad conmover todos los sentimientos humanos. Por esa conexión cósmica que provoca el compartir sueños, Antonia Toscano quiso mostrarme algo que la conmovió: el Pari Intervallo de Arvo Pärt


Se lo agradecí por la complicidad que, sin saberlo, se establecía una vez más, porque lo compartió sin conocer que Arvo Pärt tiene reservado un lugar en mi búsqueda de la belleza por derecho propio. Su música religiosa me parece sublime pero cuando me cautivó para siempre y se quedó a vivir conmigo fue en noviembre de 2010 al escuchar por primera vez su Spiegel Im Spiegel.

El arrullo de apertura es un apacible y melancólico abrazo entre Sergej Bezrodny en el piano y Vladimir Spivakov en el violín, donde cada nota marcha graciosamente adelante, como ascendiendo una frágil escalera. Un bellísimo tema con economía de notas, con leves variaciones sobre algunas de ellas, donde los silencios dicen tanto o más que las notas ejecutadas. El video es perfecto.


Descubrí a Arvo Pärt, allá por el 2007, por dos vías diferentes: La primera a través de Keith Jarrett y Gidon Kremer en su interpretación del Tabula Rasa, que me fascinó con solo escucharla una vez. En ella descubrí por primera vez cómo Pärt busca la hermosura en los juegos con los silencios o con las construcciones sencillas ("He descubierto que es suficiente una sola nota cuando está muy bien tocada", dijo al respecto) La segunda, a través del Hilliard Ensemble con su interpretación de La Pasión según San Juan. 


A poco que se indague se puede percibir que Arvo Pärt es un tesoro nacional viviente para Estonia. Identificado como un minimalismo sacro o santo o sagrado, durante años tuvo que abandonar la composición de gran formato como resultado de la persecución del régimen soviético y su policía de la cultura contra los creadores que no se sujetaran a los cánones del "realismo socialista".  Por ello, las primeras obras de Arvo Pärt son conocidas como “obras de sufrimiento”, al estar escritas en unas condiciones extremas de control religioso en la antigua Unión Soviética. Por ejemplo, la inclusión en su Credo de la frase “Creo en Jesucristo” fue objeto de la censura estalinista, y tras la composición de un sinnúmero de bandas sonoras y un concienzudo estudio sobre polifonía europea, se instaló en Berlín tras adquirir la nacionalidad austriaca.

En las últimas tres décadas de su trabajo, Arbo Pärt ha trabajado casi exclusivamente con textos de carácter sagrado, ganándose con ello una merecida reputación como el principal compositor religioso de esta época a caballo de dos siglos. Por ello, quizás, el año pasado vio la luz una maravillosa obra Adam’s Lament en la que describe el dolor y la pena que Adán siente por la pérdida del favor de Dios y del paraíso. Para llevar adelante esta composición Pärt se basó en los textos de San Silouan El Atonita, monje ortodoxo del monasterio de Athos fallecido en 1938 y que fue canonizado por la iglesia ortodoxa en 1987.

Pero más allá de esta mirada religiosa,  esta composición de 24 minutos fue un encargo que recibió el compositor estonio durante la capitalidad europea de Estambul (2010) y de Tallin (2011) y según Arvo Pärt trata de ser un reencuentro entre Oriente y Occidente una llamada al diálogo entre las dos mundos politico-culturales.

Escuchad con atención esta obra llena de momentos poderosos, frágiles, monumentales y de ternura. Todo ello con una minuciosa precisión en la que las sílabas, la puntuación y la acentuación de la música crean una fusión perfecta.


En palabras del propio Pärt “el nombre de Adán es un término colectivo que hace referencia no solo a la Humanidad, sino a cada individuo particular más allá de su época, clase social o creencia religiosa. Y este colectivo Adán ha sufrido y se ha lamentado por toda la tierra durante milenios. Adán, nuestro ancestro, anticipó la tragedia humana que estaba por venir y sintió que él era el responsable, que esta tragedia era la consecuencia de su acto pecaminoso. Por ello sufrió todos los cataclismos de la humanidad sumido en la más profunda de las desesperaciones, inconsolable en su agonía.”

Sé que me alargo, ha sido un domingo plácido de poesía y música a la que le he podido dedicar tiempo (divino tesoro), es decir, que me lo he dedicado a mí. Pero no por ello voy a dejar pasar la ocasión de hablar de La Pasión según San Juan, (Passio Domini Nostri Jesu Christi secundum Joannem) una de esas composiciones carente de dramatismo, en la que Pärt usa la técnica "tintinnabuli" (del tintinnabulum Latino, una campana), que recupera la tradición del canto gregoriano. Esta instrumentada para tenor, bajo, cuarteto vocal, coro, oboe, fagote, violín, cello y órgano. La obra, de unos 70 minutos de duración, se ejecuta en una sola sección sin interrupciones. El acompañamiento musical, apenas se percibe, pues el coro y los solistas cantan los versos de manera continua con pocas variaciones. Es una obra que transmite un sentimiento de paz, serenidad y recogimiento que tanto necesitamos.

domingo, 13 de enero de 2013

Eric Clapton

La “mano lenta” de Dios

El mar se mide por olas,
el cielo por alas,
nosotros por lágrimas.
(Jaime Salinas)

Tenía Ainhoa, mi hija, tan solo 5 años, quizás menos. Regresábamos a casa, en el coche, como siempre, escuchando música, como siempre, y ella, como siempre, no paraba de preguntar “¿cuándo llegaremos?”. De repente se calló por completo y al mirar curiosa por el retrovisor vi que estaba llorando en silencio. “¿Por qué lloras, mi vida?” le pregunté. “Es que nunca había escuchado una canción tan triste, mamá” La canción que en ese momento sonaba era Tears In Heaven de Eric Clapton

Mi hija, evidentemente, no sabía inglés ( ni yo tampoco) pero supo captar la aflicción que plasmó Clapton en esa canción ante la muerte de su hijo Conor, en un accidente el 20 de marzo de 1991, a la edad de 4 años, al caer del piso 53 de un rascacielos de Nueva York en el que se encontraba con su madre.



¿Sabrías cómo me llamo... Si te viera en el cielo?
¿Sería lo mismo... Si te viera en el cielo?
Debo ser fuerte y seguir mi camino
Porque sé que no pertenezco, aquí en el cielo.
¿Me cogerías de la mano... Si te viera en el cielo?
¿Me ayudarías a levantarme... Si te viera en el cielo?
Hallaré mi camino de noche y de día
Porque sé que no puedo quedarme aquí en el cielo.
El tiempo puede abatirte
El tiempo puede ponerte de rodillas
El tiempo puede romperte el corazón
Y tenerte implorando piedad, implorando piedad.
Detrás de la puerta habrá paz, estoy seguro
Y sé que no habrá más, lágrimas en el cielo.
¿Sabrías cómo me llamo... Si te viera en el cielo?
¿Sería lo mismo... Si te viera en el cielo?
Debo ser fuerte y seguir mi camino
Porque sé que no pertenezco, aquí en el cielo.

Casi 13 años después, en mi Escuela, L'Aixernador, tuve la satisfacción de comprobar con esta misma canción, con criaturas de tan solo 3 y 4 años, cómo la música es un lenguaje universal transmisor de emociones; una maravillosa experiencia de esas que marcan profesionalmente a cualquier educador apasionado por su trabajo.

Pero regresemos a nuestro protagonista de hoy y sus "Lágrimas en el cielo". El tema que acabamos de escuchar aparece primero en la banda sonora de la película "Rush", y después en su álbum de 1992 “Unplugged”, en una versión acústica por la que recibió seis premios Grammy, entre ellos el de álbum del año, y mejor canción de rock del año.

Clapton es Dios

Los amantes de la música, el blues y la guitarra eléctrica sabemos que Eric Clapton fue apodado Slowhand (Mano lenta). Se le llamaba así tras su etapa en The Yardbirds, por su estilo compacto, seguro, preciso y agresivo, dándole prioridad a la expresión sobre la rapidez. Pero, socarronamente, dice alguna de sus biografías que fue un juego de palabras acuñado por el largo tiempo que se tomaba Clapton en reemplazar las cuerdas de su guitarra cada vez que se rompía alguna en plena actuación por su vertiginosa forma de tocar.
Será, poco después, durante el tiempo de permanencia en los Bluesbreakers cuando Eric empieza a ganarse el reconocimiento del gran público. 

De su paso por este grupo, os propongo escuchar All Your Love, una fulgurante versión del gran Otis Rush. Cuenta con un bello trabajo de guitarra, un fabuloso punteo de Eric, de los riffs más conocidos del blues. Hay que decir que uno de los mayores aciertos de la vida de John Mayall, fue haber conseguido a Clapton para la formación de los Bluesbreakers, desde luego que sí.



El disco al que pertenece esta canción, “Bluesbreakers with Eric Clapton”, con el tiempo se ha convertido en uno de los esenciales para reconstruir la historia del blues-rock de mitad de los 60. Los astros se confabularon. Un grupo iniciando una racha fulgurante, un guitarrista de 21 años al que el talento le desbordaba, 12 canciones y un sorprendente éxito en las listas (Mayall pensaba que este álbum sólo gustaría a los entusiastas del blues): el disco no sólo llegó a número 6, sino que se mantuvo en listas durante 17 semanas y, por si fuera poco, convirtió al grupo en legendario y al propio Clapton en una deidad. Éste es el disco responsable de que aparecieran pintadas en las paredes de Londres con la frase "Clapton is God" (Clapton es Dios).

La verdad es que todo él es fabuloso, un real banquete de blues y primer gran disco de guitarra de Eric. De aquí a la eternidad. Siempre me he preguntado que si el multinstrumentalista  John Mayall  (tocaba el piano, el órgano, la armónica y la guitarra) es considerado el “padre del blues blanco británico” ¿qué es, entonces, Clapton? Quizás es verdad que es… “Dios”

Layla, el siguiente tema de esta fría noche de invierno, aunque no es que emocione especialmente, consigue ser una súplica de amor imposible (que Clapton hizo que fuera posible) ¿Conocéis la historia? El cantante se enamoró perdidamente de la modelo Pattie Boyd,, la esposa de George Harrison y para colmo uno de sus mejores amigos, y le dedicó esta canción. Ah! Y acabó casándose con ella.


Pero para nosotros Layla siempre será... el nombre de nuestra gata.

Hay quien dice que en sus actuaciones en directo Eric Clapton no mira al público. No lo necesita. A ratos, mientras su mano izquierda revolotea el mango de la guitarra, levanta el pie del mismo lado y se inclina hacia delante o atrás. Es su máxima expresión. Eric Patrick Clapton no genera empatía con saludos ni pirotecnia fátua; lo hace con lo más difícil: la interpretación.

En vivo, pues, uno de sus mejores temas, Cocaine , un tema visceral, emotivo, confuso, mil veces versionado y que siempre deja el mismo buen sabor de boca. 

Cocaine aparece en el álbum “Slowhand 1977”, interpretada por Clapton y compuesta por J.J. Cale , una canción que está en contra de las drogas y no a favor, como mucha gente piensa. Eric Clapton dijo una vez que es inútil escribir intencionadamente una canción que vaya en contra de las drogas y esperar a que la gente capte el significado. 
Después de un día (semana, meses) duro, duro, duro, no hay mejor droga que… la música.



Para acabar este reencuentro nocturno con Clapton no puedo dejar de recordar que fue el líder carismático de Cream , una banda diseñada para que sus tres miembros diesen rienda suelta a sus posibilidades musicales.

Es evidente que “el Dios de la guitarra” ha conseguido algo que poquísimos guitarristas logran al ejecutar dicho instrumento: hacer que su guitarra hable. La guitarra de Clapton nos ha contado tristezas, alegrías, amores y desamores durante más de 40 años. Además, el sonido de su voz está siempre vestido de domingo y se ofrece como el complemento perfecto para esa guitarra mágica.

Gracias… "Dios"… por todos tus dones.