Grandes
músicos han visto truncada su carrera debido al consumo de heroína. Janis
Joplin, Jim
Morrison o Jimmi
Hendrix son algunos ejemplos de artistas que murieron demasiado jóvenes por
culpa de una adicción fatal que ha estado unida irremediablemente al mundo del
espectáculo. Chet
Baker no fue diferente.
En la década
de 1950, Chet Baker fue uno de los trompetistas más famosos del mundo,
reconocido como pionero de la escena de jazz de la costa oeste y un ícono de la
melancolía. Pero en la década de 1960, su carrera y su vida personal estaban en
ruinas tras años de profunda adicción a la heroína, mientras paseaba su
creatividad en garitos de poca monta, intentando rescatar los aplausos que un
día le dedicaron sus enfervorecidas fans. Como Charlie Parker, Billie
Holliday, Bill
Evans o Miles Davis,
Baker se destrozó con las drogas hasta caer en lo más profundo de un pozo sin
fondo. Decía que le ayudaban a tocar mejor. Colocarse le hacía feliz y
aseguraba que no era culpa de nadie. Él asumía de esta manera sus propias
consecuencias.
El viernes
pasado Jesús y yo vimos “Born to be blue”. Para quienes penséis que las
películas biográficas musicales están obsoletas, os sugiero que le echéis un
vistazo. Es una película desafiante y nada tradicional que ofrece una mirada
impresionista de la problemática vida de Chet Baker, interpretado por Ethan Hawke en otra
excelente actuación como solista. El director Robert Budreau quiso rendir
homenaje en “Born to be blue” a la figura de este músico cuyo atractivo le
valió el apodo de “James
Dean del jazz”. La sensualidad con la que tocaba la trompeta, su mirada
inquieta y su forma seductora de cantar, saboreando cada palabra como si
quisiera atraparla en el tiempo, están presentes a través de la extraordinaria
actuación de Hawke, que compone un personaje vulnerable de mirada melancólica y
asume un rol que le lleva a adentrase en el mundo de autodestrucción personal
por el que deambuló Baker y que contrasta con la belleza de su música. Siempre
sincera, siempre eterna.
Co-protagonizada
por la absolutamente hermosa Carmen Ejogo como un compuesto de varias mujeres
con las que Baker se cruzó, la película es realmente y verdaderamente el
espectáculo del actor, que nos muestra un trágico retrato de un hombre incapaz
de controlar sus demonios internos.
En 1966, Baker
fue contratado para interpretarse a sí mismo en una producción de Hollywood que
habría detallado sus primeros años y los comienzos de su adicción a la heroína,
por lo que Budreau hábilmente utiliza este evento como una forma de presentar
su película, rebotando en el tiempo, y mostrando a Baker en varios estados de
armonía mental y física y de
desesperación. Lo más inquietante es que “Born to Be Blue” resalta el
período extremadamente difícil en la vida de Baker cuando a causa de una deuda
por drogas, unos matones de San Francisco le parten la mandíbula y los dientes
delanteros. Esto, para un trompetista, significa perder la capacidad para
soplar.
Con prótesis o
sin ellas, todos sus años de aprendizaje se perdieron con aquella brutal
paliza. Esta película habla de autodestrucción y de sordidez, pero también de
volver a empezar.
Su intensa
rivalidad con Miles Davis también nos ofrece en algunas escenas jugosas; este
era un mundo de vanguardia y extremadamente competitivo en el que se
encontraban estos músicos, y cada artista buscaba su lugar y su papel en la
historia. Toda la película casi lleva el tufillo de un sueño, una especie de
remembranza de drogas que se mueve de maneras extrañas.
En lugar de
optar por un enunciado narrativo único el director opta por una construcción
compleja para mostrar a un hombre y su vida turbulenta pero increíblemente
exitosa e influyente. Pocas mitologías tan enfermas de sí misma, tan autodestructivas
y amenazantes como la del músico de Oklahoma. Pocas mitologías, en definitiva,
tan absurdas, tan vacías, tan extrañas. Una mitología sin mitos. Puro vértigo. "Decidí
hacer esta película, -razona Hawke- porque de alguna manera en Baker
la leyenda y la música son lo mismo. Acercarse a su vida o a lo que sabemos de
ella es una manera de tocar su música". La declaración, a su
manera, ofrece la clave tanto de la propia cinta como de la manera correcta de
leer la existencia torturada del hombre que mejor cantó My funny Valentine. Y ahí el acierto de una producción que huye del
rigor del drama biográfico como de la peste. No se trata de recorrer las simas
de un hombre enganchado al fantasma de su autodestrucción, sino de acariciar,
aunque sea un instante, el sentido mismo del caos. Suena poético y, en
realidad, duele más.
La partitura
de jazz de la película fue compuesta por el pianista David Braid, mientras que
el audio de las distintas actuaciones de trompeta fue realizado por Kevin
Turcotte. Hawke había tomado lecciones de trompeta de Ben Promane, y solicitó
un video de la grabación de Turcotte, para imitar el disfrute durante el
rodaje. El filme fue
muy aplaudido tras su paso por el festival de Toronto en 2015, pero en España
no llegó a estrenarse en el cine.
Chet hizo del
canto lacónico de su trompeta y de su voz un himno. Supo utilizar sus
limitaciones técnicas en beneficio propio. Esto le obligaba a jugar con el
tempo lento, con notas largas y dispersas, a cantar canciones bellas y
lastimeras, elementos que lo convirtieron en baluarte del West Coast, al tiempo
que le proporcionaron un aura de misticismo. Esto, unido a su look juvenil le
otorgó una imagen de romántico perdedor que lo aupó a la fama, incluso entre
aquellos (especialmente mujeres) a quienes no interesaba el jazz. Tuvo que
esforzarse poco (técnica y personalmente) para alcanzar esta fama y sólo cuando
las cosas se le torcieron tuvo que darlo todo, esfuerzo y sufrimiento, para
volver.
“Todo se le dio muy fácil en la música. Creo que ese fue uno de los problemas” (Dick Bock, fundador de Pacific Jazz Records, interpretado en la película por Callum Rennie)
Buenas noches.
Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. 굿나잇.
Boas noites. 晚安 グッドナイト Buonanotte. לילה טוב. Oíche mhaith. Wengi alus.
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