Entre la melancolía y
el caos
La trompeta es todo dolor, leí un
día, más aún si mezclas trompeta y jazz. Con el jazz el músico está
improvisando, está creando de manera simultánea y está creando con toda la
espontaneidad, con toda la libertad que la imaginación te puede ofrecer.
Nada
te frena, nada te inhibe de expresar tus sentimientos de manera completamente
sincera y libre. Dizzy
Gillespie reconocía que “algunos días te levantas, pones la trompeta
en tus labios y suena bastante bien, y entonces es un triunfo, otros lo
intentas y lo intentas y nada funciona, y entonces es la trompeta la que gana.
Esto sigue así hasta que te mueres, y entonces es la trompeta la que vence”. La trompeta te vence, te arrastra,
te cambia por dentro opina el trompetista cubano Arturo Sandoval , quizás como en este corto.
Esta noche quiero hablaros de Kenny Wheeler, una figura
importante en el jazz moderno y la improvisación contemporánea desaparecido hace
medio año. Un trompetista virtuoso de rara distinción, que
disfrutó de una larga y exitosa carrera construyendo una reputación
internacional. Además de trompetista, fue fliscornista, compositor y arreglista,
una de las voces más personales e idiosincrásicas que ha dado el jazz en su
historia. Logró todo esto sin dejar de ser casi dolorosamente modesto y
retraído.
Porque Kenny era uno de esos genios discretos, humildes, hasta
demasiado, mientras otros músicos con muchos menos méritos generan un ruido mediático
mucho menos merecido. Como el crítico Richard Williams comentó recientemente: "Pocos músicos importantes han hecho
más ruido con menos alboroto". Un modesto gigante, un osado improvisador
y el creador de hermosas piezas alejadas del camino tradicional.
El estilo maduro de Wheeler se
caracteriza por dos rasgos contrastantes: por un lado, un lirismo suave y
bastante tentador y por el otro el impulso de perturbar el ambiente tranquilo
que él ha creado, un sonido al servicio de unos temas inolvidables con un poso
de belleza triste, de melancolía como escribía antes, de un caos controlado que
lo que consigue es remarcar la parte sentimental de los temas.
"Todo lo que hago tiene un toque de melancolía y un toque de caos", dijo en una entrevista con la BBC. “Lo que sé hacer mejor es escribir canciones tristes y, a continuación, dejar que músicos maravillosos las destruyan. No quiero que quienes las tocan traten de interpretar lo que ellos piensan que yo estoy sintiendo” Su paleta armónica y su sonido singularmente reconocible vivirán en la memoria de todos los que le escuchamos y en el extraordinario legado de grabaciones y composiciones.
"Todo lo que hago tiene un toque de melancolía y un toque de caos", dijo en una entrevista con la BBC. “Lo que sé hacer mejor es escribir canciones tristes y, a continuación, dejar que músicos maravillosos las destruyan. No quiero que quienes las tocan traten de interpretar lo que ellos piensan que yo estoy sintiendo” Su paleta armónica y su sonido singularmente reconocible vivirán en la memoria de todos los que le escuchamos y en el extraordinario legado de grabaciones y composiciones.
Wheeler tuvo una mezcla de ideas
visionarias y esfuerzos tambaleantes para negociar los márgenes artísticos y
económicos característicos del mundo del jazz. Quizás no fue una coincidencia
que su primera aventura de componer con grandes nombres fuera el álbum “Windmill Tilter” de 1968, con un Don Quijote, el legendario perdedor. Al final de su
vida, su delicada situación personal y financiera había movilizado la
solidaridad del mundo del jazz, que entre otras cosas organizó diversos
conciertos benéficos en su Canadá natal.
Wheeler llegó a Londres desde
Toronto en 1952, estudió con Richard Rodney
Bennett, quedó fascinado con las armonías del compositor clásico Paul Hindemith, y empezó
a tocar la trompeta al estilo bebop
en la década de 1960 con estrellas del jazz incluyendo al fallecido Joe Harriott y Tubby Hayes, y de libre
improvisación con el pionero Spontaneous
Music Ensemble. En 1968, John
Dankworth invitó Wheeler a componer una suite para su orquesta de las
estrellas, en ese momento, incluyendo tales como el guitarrista John McLaughlin y el bajista
Dave Holland. Es una
pieza típica de principios del Wheeler llena de melancolía: Sweet Dulcinea blue.
Tremendo autocrítico, Wheeler odiaba
la escucha de su propio trabajo, dudaba siempre de su talento y la fama que “Windmill
Tilter” le había ofrecido. Siete años tuvieron que pasar antes de aceptar otro
reto. Fue cuando la fe de ECM Records y su jefe Manfred Eicher tuvieron en él
que abrió la siguiente puerta, con “Gnu” poniéndose al frente de un maravilloso
trío estadounidense Keith
Jarrett (piano), Dave
Holland (contrabajo) y Jack DeJohnette
(batería).
Wheeler hizo una serie de álbumes
excelentes para ECM en los años 1970 y 80, incluyendo “Deer Wan” (con Jan
Garbarek) y “Double, Double You” (con Michael Brecker), pero “Music for Large
and Small Ensembles”, en 1990, fue su mayor triunfo, una fusión de la música
norteamericana folk, jazz abstracto, y la expansión imaginativa de los recursos
armónicos de una formación de jazz. Como iba a hacer a través de gran parte de
su carrera, Wheeler utilizó la voz de su amiga y alter-ego Norma Winstone como
instrumento adicional que ilumina. Aquí está la Apertura de “Sweet Time Suite” .
Su talento sobre todo para
componer "canciones bonitas" y el reconocimiento de su oído melódico
único, llevó a músicos de todas las tendencias y las edades en todo el planeta
a querer interpretar su música. A continuación un muy famoso Kind Folk, del LP “Angel Song” de 1995
en una versión con el pianista Brian Dickinson.
Pero de todas las composiciones
de Kenny Wheeler la más conocida es Everybody's
Song But My Own el clásico que a sus acompañantes les gusta introducir como
el "golpe de Kenny", la canción
que más se toca. Una típica melodía de Wheeler uniendo la alegría y la
resignación flemática sin dejar de estar abierta a improvisaciones.
En diciembre del 2013 grabó, sin
saber, lo que sería su último disco. En su obra póstuma, Wheeler incluye
composiciones relativamente recientes, así como una versión renovada de “Old
Time” (obra frecuente del repertorio del trío Azimuth) y “Nonetheless”, un tema
presentado en el disco Angel Song. Songs for Quintet fue grabado en los
estudios Abbey Road de Londres con cuatro de los músicos favoritos de Wheeler:
Stan Sulzmann, John Parricelli, Chris Laurence y Martin France, quienes tocan
magníficamente como unidad interactiva, ejecutan destacados solos, y proveen
elegante apoyo al lírico fliscornio del líder. La sesión resultó ser la última
ocasión en que Kenny tocó con otros músicos. Su salud no le permitió participar
en la una gira de homenaje que el quinteto planeaba para poco después de
producido el disco.
Si la edad y la enfermedad quizá atenúan un poco la fuerza
de su sonido, su imaginación melódica y su capacidad de
improvisación siguen presentes.
Songs for Quintet se grabó en
Londres en diciembre de 2013, con producción de Manfred Eicher y Steve Lake. El
álbum se editará el 14 de enero de 2015, coincidiendo con el que habría sido el
cumpleaños número 85 de Kenny. Fue estrenado el 14 de enero, en el 85
cumpleaños del músico.
En este
enlace podréis escuchar su último testamento musical
Kenny, como ya hemos dicho, siempre
fue modesto y humilde respecto sus propios logros musicales, pero la verdad es
que era un genio caminando entre nosotros.
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