lunes, 26 de mayo de 2014

Schumann y Martha Argerich

Música para escuchar de noche cuando las palabras no alcanzan

Escuchar a Schumann es evocar una vida fracturada. Esta noche me he dejado llevar por este brillante músico y crítico musical que tanto aportó al romanticismo, el período histórico-artístico en el que el arte de los sonidos alcanzó la máxima consideración. Escuchar a Schumann es constatar asimismo que la enfermedad mental es un desafío a la medida humana y, a su vez, de todas las potencialidades personales. Quizás por ello me he sumergido en ella esta noche post electoral, sin haber digerido los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, después de haberme sumido en la depresión ante una abstención que no es indiferencia sino un gran error. 

Robert Schumann fue el príncipe de los compositores alemanes románticos. Su vida breve se inició en la búsqueda de la maestría como ejecutante del piano hasta que una distonía del dedo medio de la mano derecha  coartó su perspectiva vocacional. Sin arredrarse ante ello, Schumann abordó una provechosa carrera de compositor musical y una de sus primeras obras fue precisamente una tocata (Opus No. 7) donde no era menester el uso de tal dedo para ejecutarla.  En cierta ocasión manifestó que había aprendido más música leyendo a su poeta preferido que asistiendo a las clases de su profesor de música. De esta manera describía con mucho sentido la tendencia, típica entre los primeros compositores románticos, de poetizar la música y servirse de ella como mero espejo autobiográfico, postura que habría de provocar la evolución de las grandes formas beethovenianas a formas más sencillas e íntimas.

El músico alemán fue un maníaco depresivo que alternaba períodos de extrema productividad con épocas en que quedaba sumido en la más profunda tristeza. Su obra está marcada por esos estados de ánimo.Tradicionalmente se ha adjudicado la capacidad de desmesura creativa de muchos intelectuales y artistas con supuesto diagnóstico de trastorno bipolar (antes llamado psicosis maniaco-depresiva) a sus episodios patológicos de elevación del estado de ánimo, pero esa tentación de aureolar de romanticismo tales episodios resulta devaluadora e injusta para el creador puesto que soslaya la capacidad de afronte y ajuste del mismo caudal de talento humano. Sería más ponderado valorar este proceso en su dimensión positiva de resiliencia y de adaptación. Esto es, no creadores tanto por la enfermedad sino pese a ella y a partir de ella.

Para que las obras de un compositor consigan transmitir la cálida intensidad con la que fueron compuestas se necesitan grandes intérpretes como la pianista argentina Martha Argerich.

Martha nació en Buenos Aires el 5 de junio de 1941 y está considerada una de las mayores exponentes de la música clásica, de su generación y la posguerra. Esta magnífica pianista ha sabido conservar las cualidades de la niñez, eso que todos buscamos preservar pero que no llegamos a conseguirlo. La vida es muy difícil en muchos aspectos y acabamos comportándonos sin remedio como adultos.

Pero Martha Argerich preserva en sus ejecuciones la frescura de la infancia, algo  indispensable para su arte. Desde edad muy temprana tuvo una conciencia de adulto. En cuanto empezó a aprender el piano a la edad de tres años, ya tenía una exigencia interior muy, muy grande. Esa es la paradoja fundamental de su personalidad. Argerich es una mujer profunda, inteligente, pero no es… razonable. Huye de la realidad. Y ella es consciente de eso. Argerich vive de noche, trabaja de noche, se escapa del día porque el día es el momento donde todo el mundo trabaja, donde hay que ser “eficaz”. Todas esas cosas le son ajenas. En cambio, de noche se encuentra en su centro íntimo. No hay más que oírla. La comprendo, perfectamente.

Podemos empezar a deleitarnos con la fusión de la pianista y el compositor en su Concierto para piano en La menor. La vocación de Robert Schumann por el piano le movió pronto a componer un concierto para este instrumento, pero según algunos de sus escritos, no se sentía satisfecho con las formas tradicionales de la época. A los dieciocho años comenzó a componer uno y poco después otro, sin acabarlos. En 1839 nuevamente hizo algunos bosquejos y finalmente en 1841 dio por terminada una obra de un sólo movimiento a la cual puso el título de Fantasía para piano y orquesta, en La menor.

Su esposa  Clara Wieck interpretó la pieza el 13 de enero de 1841 en la sala Gewandhaus de Leipzig, pero al parecer nadie se interesó en la obra y Schumann puso esta nota en la partitura: "Vender a cualquier editor". Así estuvo olvidada algún tiempo, hasta que Clara hizo algunas sugerencias a su esposo y éste compuso el Intermezzo y el Rondó final para completar la Fantasía. El estreno del Concierto en La menor, tuvo efecto el 4 de diciembre de 1845 en Dresden, con Clara como solista y la dirección de Ferdinad Hiller. La obra fue acogida favorablemente, recibiendo buenas críticas de los periódicos Leipziger Allgemeine Musikzeitung y del Dresdner Abendzeitung.

Clara Schumann escribió poco después respecto a la obra: "Tan rico en invención, interesante de principio a fin, lleno de frescura y bellamente cohesionado como un todo ... El piano no es sólo un solista sino un instrumento más tejiendo la música con la orquesta... no se puede pensar en uno sin el otro".

Durante toda su carrera como pianista, Clara tocó el Concierto en La menor con el deseo de que fuera conocido ampliamente y aceptado por el público, siempre reticente a la música de Schumann. En 1859, un estudiante del Conservatorio de Leipzig llamado Edvard Grieg escuchó a Clara interpretarlo y más adelante se inspiró en él para componer su propio y también muy bello y conocido concierto. Por diversas razones, el Concierto para Piano de Schumann constituye posiblemente la obra cumbre de su producción. El tema básico de su desarrollo es el sentimiento de dos personas enamoradas, su anhelo de felicidad y dicha, la pasión que lo inspira. He aquí el primer movimiento. Acompaña a la pianista la Orquesta Gewandhaus de Leipzig bajo la batuta de Riccardo Chailly


A pesar de que el sueño empieza a vencerme quiero ofreceros otra joya más: el Quinteto en Mi bemol Mayor, para piano y cuarteto de cuerdas op 44. Schumann compuso esta obra con la mayor riqueza y libertad de que era capaz, . Era la primera vez en la historia que alguien utilizaba esta composición instrumental de tan brillantes consecuencias, desde Brahms y Dvorak, hasta Cesar Franck, Fauré, Elgar, Bretón, Granados o Shostakovich. Schumann lo dedica a Clara, su amada sobre todas las cosas desde aquel día del año 1835 en que la oyó decir cosas sensatas y vio brillar en sus ojos "un secreto y profundo rayo de amor".


Sin duda el Quinteto en Mi bemol mayor supone uno de los momentos más altos de aquella inmortal historia de amor, al principio contrariado por la oposición del padre de la novia. Pero hasta fue útil para forzar una reconciliación entre suegro y yerno. El viejo profesor Wieck, desde su soledad en Dresde, invitó a Clara a comienzos de 1853, pidiéndole que le llevase la partitura del Quinteto. Cuando lo leyó envió a Schumann una carta encabezada por la frase latina "Tempora mutantur et nos mutamus in eis" (Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos) y donde, por vez primera firmaba "tu padre".

La emoción me pide que esto no se acabe, como sucede cuando sentimos vivamente una emoción auténtica. Pero es muy tarde ya. Espero que lo hayáis saboreado. Porque la emoción del arte como cualquier emoción es frágil y poco duradera y hay que conformarse, porque en ello estriba su esencia.

3 comentarios:

  1. otra joyica que nos colocas por acá, a la vera discreta del encanto musical, Victoria!!!
    muchas gracias. las mereces

    Besos

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    1. Un encanto que compartimos, querida Pilar. Gracias!! Un beso fuerte.

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  2. Post muito bom! Sintético, claro e fundamental - aborda aspectos das personalidades que considero essenciais. Gostei bastante. Parabéns e boa continuação!

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