lunes, 16 de mayo de 2016

Frédéric Chopin

La intimidad de la música

Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos, un tenedor y una cuchara, que habían germinado junto a las zanahorias. Esa misma tarde reemprendió el experimento: plantó una flauta, tres partituras y un do sostenido. Luego se sentó en el porche y empezó a silbar. Lo miramos con ojos de rutina. Durante meses abonó la tierra, regó los surcos y arrancó, incansable, las malas hierbas. Una mañana nos despertó con sus gritos; nadie entendía su corretear gallináceo, su euforia desmedida. Nos arrastró hacia los ventanales y abrió el portalón. Desde allí pudimos contemplar, fascinados, como había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola.

Si el piano es el instrumento romántico por excelencia se debe en gran parte a la aportación de Frédéric Chopin. En el extremo opuesto del “pianismo” orquestal de su contemporáneo extravertido, apasionado y casi exhibicionista Liszt, el compositor polaco desarrolló un estilo intrínsecamente poético, de un lirismo tan refinado como sutil, que aún no ha sido igualado.


Chopin es de una importancia enorme para todos los pianistas porque exploró una nueva forma de hacer sonar el piano. Muy pocos han hecho “cantar” al instrumento, exprimiendo sus recursos tímbricos y dinámicos, con la maestría con qué lo hizo él. Y es que el canto constituía precisamente la base, la esencia, de su estilo como intérprete y como compositor. Su técnica para tocar el piano no nos hace gritar de la sorpresa, sino que entra de forma muy sutil y natural.

La simplicidad es el logro final. Después de que uno haya jugado con una cantidad grande de notas, es la simplicidad que emerge como una recompensa del arte.

Pero, sobre todo, el gran logro de Chopin es que encontró el modo de hacer cantar al piano de una manera personalizada, dirigiéndose a cada intérprete y a cada oyente, de forma individual. Compone para cada uno de nosotros, exclusivamente. Es una cualidad muy rara y especial, la intimidad en la música. Chopin no es como Beethoven, que va declarando a los cuatro vientos sus ideas. Chopin se dirige a ti y solamente a ti. Eso le da una belleza y una profundidad que, para mí, son importantísimas.

Esta noche volveremos a escuchar el Nocturne op. 9 no. 2 el más divino poema de amor transformado en música. Fue la pieza con la que inauguré este blog. Como ya expliqué entonces mi abuela tocaba este nocturno como si el propio Chopin guiara sus manos. Se había pasado horas y horas tocando sus obras a oscuras en su piano de cola. Era una chica de "buena familia" de Isla Cristina (Huelva). Podría contar cosas de ella y no acabaría nunca. Desde muy pequeña me transmitió la pasión por Chopin y por el vals. No somos conscientes de lo importante que son en nuestras vidas algunas personas hasta que ya no están con nocotros.

Es difícil expresar con palabras lo que Chopin dibujó de manera insuperable con notas: Melancólico y llenos de arpegios, siempre sutil, dedicado a Camille Pleyel, este Nocturno pasa de la melodía a la exaltación. La pieza termina tan silenciosa como se inicia. La intimidad es sobrecogedora.

Chopin escribiría sobre la partitura la manera de digitar para obtener la sonoridad que deseaba, hecho curioso, ya que a él le gustaba dejar al intérprete la libertad de ejecución: Si cerráis los ojos es fácil percibir el distinto color de las notas que suenan, cómo unas veces las teclas del piano son presionadas con fuerza y energía, otras veces con delicadeza, acariciando la melodía. Así se demuestra la maestría de un intérprete, que con sólo ver un pentagrama oye la música en su cabeza, con todo lujo de detalles. Sienten la música, ven la música, la perciben hasta un nivel en el cual el resto de los mortales jamás seremos capaces de alcanzar jamás.

Sin desmerecer al maestro Rubinstein y a tantos otros, el pianista chino Yundi Li es el mejor intérprete de los nocturnos de Chopin actuales que conozco, siendo la competencia muy grande, lo sé. La claridad en la ejecución y su dulce ternura ha sabido para mí captar como nadie el encanto y el espíritu romántico del compositor polaco.


El pasado 18 de abril tuve la enorme suerte de asistir a un concierto en L’Auditori de Barcelona, acompañando a mi madre. En él pude escuchar a la maravillosa pianista Maria João Pires interpretando a su querido Chopin, el autor que la convirtió años atrás en superventas de la música clásica con su grabación de los “Nocturnos” un maravilloso regalo que me hizo Jesús (y que escuché con mi abuela infinidad de veces). Pero como sucede cuando las pequeñas y volcánicas manos de la ilustre pianista se deslizan sobre el instrumento para extraer la atmósfera esencial de las grandes obras, ella pasó a ocupar el papel de protagonista con una interpretación antológica del Concierto para piano número 2 en fa menor del compositor polaco, pese a que se había anunciado que ofrecería un concierto de Mozart. No os podéis imaginar el alegrón que me dio cuando supe del cambio (con todos mis respetos y mi admiración a Mozart, evidentemente)

Este concierto lleva el número dos pero fue el primero que Chopin compuso a los 19 años. (Pocos meses después verá la luz el segundo, en mi menor, y que lleva el N° 1.) De estructura clásica en tres movimientos, su estreno se realizó el 17 de marzo de 1830. Chopin alquiló para ello el Teatro Nacional de Varsovia y tres días antes del estreno sintió cómo lo inundaba la alegría al enterarse de que todas las localidades estaban vendidas. La acogida fue calurosa, de público y de crítica, a tal punto que cinco días más tarde se vio obligado a ofrecer un segundo concierto, con la sala abarrotada nuevamente. En este concierto segundo movimiento, Larghetto, por segunda vez produjo gran efecto. Pero a Chopin no se le subieron los humos a la cabeza. Escribe a un amigo:

"En todas partes me hablan del... Adagio!!... aunque no improvisé como deseaba... Me piden que haga grabar mi retrato y lo difunda entre el público. Me opongo, porque sería demasiado... ¡y además no tengo ganas de servir para envolver manteca! ..."


Si os apetece escucharlo entero, aquí os dejo a Maria João Pires con Trevor Pinnock y la Orquesta Filarmónica alemana de Bremen en un Concierto en el Teatro de los Campos Elíseos de París, el 16 de enero de este año.


Como propina, aquella memorable noche en L’Auditori Pires nos ofreció el Vals en re bemol Op 64 Nº 1 llamado "Vals del Minuto" o "Vals del Perrito"

       
         Pasemos ahora a otra de las composiciones más famosas de Chopin, los “Estudios”. El pianista tuvo que elegir el oficio de profesor de música como medio de vida por razones de necesidad: sus composiciones le significan sumas ínfimas y ofrece muy pocos conciertos (y a menudo en beneficio de alguna obra de caridad) Aun cuando gran cantidad de alumnos pertenecen a la aristocracia parisina (George Sand se referirá irónicamente a las “magníficas condesas”, las “deliciosas marquesas”, las “alumnas idólatras”); también tendrá una quincena de alumnos de valía que no pertenecen a la aristocracia.

Los Estudios son pequeñas obras creadas primordialmente destinadas a desarrollar las capacidades técnicas, destrezas y expresivas del instrumento para sus alumnos. Por consiguiente, cada estudio está consagrado a dominar una destreza técnica específica y se basa en un solo motivo musical. Pero los Estudios de Chopin trascendieron este estadio para convertirse en piezas claves del repertorio para piano, hasta inclusive muchos de ellos tienen su título propio como Estudio "Tristeza" o el archifamoso "Revolucionario".


¿Seguimos? Chopin da mucho de sí… No podía hablaros del compositor polaco y soslayar sus polonesas.  No obstante tratarse de una danza popular polaca, Fréderic Chopin no fue el primero en escribir "polonesas". Antes de él, escribieron piezas "en ritmo de polonesa", Bach, Telemann, Mozart y Schubert. Y después de él, Musorgski y Tchaikovsky. En simultaneidad con Chopin, también escribieron polonesas Liszt y Schumann. Pero de todas las "polonesas clásicas", las de Chopin son las más célebres, tal vez porque Frédéric, además de ser polaco, adquirió a lo largo de su vida gran destreza en su composición, habida cuenta de que su primera obra, escrita cuando tenía siete años, fue precisamente una polonesa.

La polonesa en La bemol mayor opus 53, denominada "Heroica" por alguno de sus editores fue escrita en 1836 y publicada en 1843. La fecha de su composición puede darse por segura puesto que se conserva una copia autógrafa del 12 de septiembre de 1836, copia que Frédéric ofrendó a una joven Clara Wieck, de diecisiete años, a su paso por Leipzig, y sobre la que estampó de su puño y letra, las palabras: "de su admirador".
Los compases iniciales de esta polonesa fueron ejecutados en muchas ocasiones por Radio Varsovia para elevar el espíritu de la nación mientras el ejército de Hitler se aproximaba a la capital. Cuando la emisora de radio fue silenciada, el 1º de septiembre de 1939, el pueblo comprendió que su país nuevamente había caído en la cautividad. A continuación, la Heroica interpretada por una jovencísima Martha Argerich


La Fantasía en fa menor op 49 es una de aquellas "piezas diversas" de Chopin que no encajan en una estructura tradicional consagrada, y entre las que se cuentan, por ejemplo, una barcarola, una canción de cuna y hasta un bolero español. Chopin la llamó "fantasía", título que mejor acomoda a una composición libre, con imprevistos cambios de tonalidad, textura y ritmo, y momentos que parecieran estar destinados a la improvisación. Un primor .
  
        Llegó el final. Como dice un político de cuyo nombre no quiero acordarme, estoy un poquito cansada. Dejo en el tintero, pues, sus “Baladas” y “Preludios”. Quizás otro día. 

        El 30 de octubre de 1849 muere Frédéric Chopin a causa de la tuberculosis. Una enfermedad muy romántica, por cierto, aunque hace años que corren dudas sobre la verdadera causa. El cuerpo del compositor fue depositado en un sencillo panteón (división XI del famosos Cementerio de Père Lachaise de París) y se le esparció un poco de tierra de su país natal, que el compositor siempre había conservado en una urna que le había sido entregada al abandonar Polonia el 2 de noviembre de 1830.
 Poco tiempo después, se lanzó una suscripción presidida por el pintor Eugène Delacroix, con el fin de realizarle un monumento. Entre otros, Pleyel, Franchomme, su buen amigo Thomas Albrecht y el pintor Kwiatkowski contribuyeron con el proyecto, sin olvidar a su última alumna Jane Stirling. El monumento, cuyas esculturas se las debemos a Jean-Baptiste Clésinger, el marido de Solange Sand, hija de George Sand, con la que Chopin siempre había conservado una gran amistad, fue inaugurado finalmente el 17 de octubre de 1850, en una conmovedora ceremonia. En la cumbre de la tumba está colocada Euterpe, musa de la música, que, desconsolada y con las cuerdas rotas de su lira, sumerge su mirada en el retrato de perfil de Chopin.

            Posiblemente el mejor acompañamiento tras relatar el final de su vida es su Marcha fúnebre. La Marcha fúnebre que escucharemos (compuso dos) es la que pertenece a la Sonata para piano nº2, que previamente no formaba parte de la misma. Es la más famosa marcha lúgubre, emocionante y solemne, aunque la sección central supone un contraste de consolación con su bella melodía, recuerdo sublimado de la persona desaparecida. 


          Espero que Chopin os lleve amoroso a los brazos de Morfeo. Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.

Fuentes: Wikipedia, La belleza de escuchar, Akifrases,... y mi abuela, cómo no.