domingo, 5 de octubre de 2014

Brahms-Schumann: Dos Quintetos con piano

Veo cual es el camino que quiere seguir y puedo asegurarle que es también el mío,  la única posibilidad de salvación: la belleza”   Carta de Richard Wagner a Robert Schumann el 25 de febrero de 1843, a propósito del Quinteto, Op. 44.

Un cuarteto de cámara es como una botella de buen vino: el primer violín es la etiqueta, lo que define el vino. El chelo es la botella, el contenedor que todo lo recoge, todo lo sostiene. La viola y el segundo violín son el vino en sí.

En un cuarteto, el primer violín es el protagonista, el instrumento que suele tener la melodía; es el más agudo y el más reconocible por el público. Si no tuviera el apoyo del bajo que es como los cimientos, la base, la estructura musical se caería. La función del chelo es acompañar, llevar la música desde abajo hacia donde tiene que ir. La viola y el segundo violín son como los mediocampistas que van repartiendo juego, las voces interiores que dan sentido al cuarteto. Con ellos se interpreta la música de cámara, ese mal llamado género pequeño pero en el que  se encuentran los mayores tesoros escritos por compositores como Beethoven, Brahms, Schubert, Schumann o Shostakovich. Si esta estructura instrumental la convertimos en un quinteto añadiéndole un piano con toda su riqueza sonora podremos gozar de unas de las piezas más maravillosas de la música clásica.

Una noche del mes de mayo escuché en la radio que la música de cámara es el género más “democrático” porque  no apabulla haciéndote sentir pequeño, como las grandes orquestas, no hay batalla de egos entre directores e instrumentistas y es una armónica manera de “debate y discusión” entre músicos al mismo nivel. Quizás por ello me sumergí en ella la noche post electoral, a la espera de los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, después de haberme sumido en la depresión ante la abstención comprobada. Pero no quise que la depresión tiñera la belleza y las emociones que los compositores que esta noche me acompañan nos querían transmitir. Así que esperé a que se diera el momento adecuado.


La caída de la tarde me ha llevado de cabeza a ella. El otoño es estación húmeda y aún cálida. El ambiente ideal para el arrastre por el vapor; para suscitar emociones que resucitan hojas caídas, hojas muertas de nuestro pasado, vivencias no del todo olvidadas, aunque conscientemente llevadas hasta la noche fría del olvido.
Unir en un mismo post los nombres y las músicas de Robert Schumann y Johannes  Brahms no necesita especial justificación ya que pocas veces en la historia de la música un joven compositor ha sido saludado tan efusivamente como Brahms por Schumann. La amplia amistad que el joven de Hamburgo mantuvo a lo largo de toda su vida con Clara Wieck (esposa de Robert muy pronto su viuda) y la fidelidad y defensa de la vida y la obra de su amado maestro son hechos que resaltan la compenetración de músicas tan íntimamente unidas y, sin embargo, tan diferentes. Ambos son Amor y Arte pues la cuna del romanticismo es germánica por muchas razones, pero la principal es el giro que la música dio en aquella cultura a comienzos del siglo XIX. Ningún arte podía expresar sentimientos, movimientos del espíritu, como la música.


Quinteto en Mi bemol mayor para piano y cuarteto de cuerdas, Op. 44, de Schumann

1842 fue el año de la "música de cámara" de Schumann, después de un estudio intensivo de obras clásicas compuso tres cuartetos de cuerda, un cuarteto para piano y piezas para trío de piano. Además, Schumann compuso con la mayor riqueza y libertad de que era capaz, el Quinteto en Mi bemol mayor para piano y cuarteto de cuerdas.  Era la primera vez en la historia que alguien utilizaba esta composición instrumental desde Brahms y Dvorak, hasta César Franck, Fauré, Granados o Shostakovich.  Schumann lo dedica a Clara, excelente pianista y compositora, su amada sobre todas las cosas desde aquel día del año 1835 en que la oyó decir cosas sensatas y vio brillar en sus ojos "un secreto y profundo rayo de amor". Creo que gracias a ese amor, nunca escribió nada mejor que su Quinteto para piano, una de las creaciones más perfectas de la música occidental.


El Quinteto fue acabado en octubre de ese año. Cuando se hizo su estreno en privado, el 6 de diciembre de 1842, Clara no se encontraba bien de salud y fue Félix Mendelssohn quien leyó a primera vista la parte del piano (está de más decir que era un pianista prodigioso) quedando admirado por la obra. Un mes después, el 8 de enero de 1843, se hizo la presentación en público esta vez sí ejecutado por Clara. La obra fue publicada en septiembre de 1843. 

Esta obra tiene mucha significancia para ellos pues dentro del trío del Scherzo, Robert incluye parte de un Romance que Clara había compuesto y que le había dedicado. Sin duda el Quinteto en Mi bemol mayor supone uno de los momentos más altos de aquella inmortal historia de amor, al principio contrariado por la oposición del padre de la novia. Pero hasta fue útil para forzar una reconciliación entre suegro y yerno. El viejo profesor Wieck, desde su soledad en Dresde, invitó a Clara a comienzos de 1853, pidiéndole que le llevase la partitura del Quinteto. Cuando la leyó envió a Schumann una carta encabezada por la frase latina "Tempora mutantur et nos mutamus in eis" (Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos) y donde, por vez primera firmaba "tu padre". No es vano decir que el Quinteto conmemora los dolorosos cuatro años y medio en los que el padre de Clara prohibió a los dos casarse.

Os invito, pues, a que os suméis a la ceremonia que se estaba celebrando, interpretada por Martha Argerich; a que sintáis cómo de la lentitud deliberada se pasa a la viva emoción de la música, una emoción que se traspasa a quién la escucha.  Y, desatados, llegaréis al allegro final que hace rogar que aquello no se acabe, como sucede cuando sentimos vivamente una emoción auténtica. Gozad de este maravilloso momento porque la emoción del arte como cualquier emoción es frágil y poco duradera. No podemás más que conformarnos, porque en ello estriba su esencia.


Quinteto en Fa menor Op. 34 de Brahms


El siguiente quinteto de esta noche es uno de los monumentos camerísticos de todos los tiempos, el Quinteto en Fa menor Op. 34 de Brahms en el que el compositor se alza impetuoso, desigual, sinfónico, robusto, majestuoso, implorante... y por esas fortificaciones sonoras caminan personajes cambiantes.

Brahms cultivó la música de cámara, con piano y sin piano, durante toda su vida llevando a cabo una incansable actividad camerística, sobre todo si tenemos en cuenta la tremenda criba a la cual sometía este tipo de composiciones. 

Se sabe que destruyó muchas partituras de cámara y en el origen mismo del Quinteto en Fa menor, Op. 34 encontramos una de ellas. En efecto, el Quinteto Op. 34 pasó por diversas vicisitudes antes de llegar a ser lo que es. La versión original comenzó en la primavera de 1862. La forma definitiva quedó coronada en 1864, y en 1865 se estrenó luego de una turbulenta sesión en la que Brahms en persona, el director Hermann Levi y el violinista Ferdinand David copiaron las partes para cuerdas, mientras el compositor utilizó un boceto a lápiz para la parte de piano. Entre las dos versiones existe una tercera, para dos pianos, que Brahms conservó y continuó gustando como realización alternativa de sus ideas musicales.

El caso es que Clara Schumann criticó la "monotonía" de esa versión intermedia, y esto pudiera haber decidido al autor a recrear la obra como Quinteto con piano. Por otra parte, cabe también la hipótesis de que Brahms hubiera comenzado ya la versión para cuerdas y piano al mismo tiempo que escribía aquella concebida como sonata a dos pianos.

Dejaos llevar por el motivo del semitono y su imperio secreto; por el tema serpenteante/ondulante, los imponentes acordes del scherzo, por el desequilibrado Finale, con su Introducción wagneriana.





2 comentarios:

  1. '*aquí y ahora comienza mi mística particular de lunes.
    Brahams nos puede, Victoria!'*


    abrazos

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    1. La belleza nos puede, querida Pliar. A veces tengo miedo de que se me escape el tiempo entre los dedos y me muera demasiado antes de tiempo. Un besazo.

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