“Cierro los ojos y me dejo llevar; me dejo llevar por las sendas
inescrutables de los sueños, de la fantasía, del amor”
No hay cosa más bella en este
mundo que llorar por nada mientras se escucha un solo de piano. Quizá pensaréis que es una tontería, y tendréis
razón. Pero es hermoso.
Esta noche mi abuela ha venido a
visitarme de la mano de mi hija, en el texto que Miss
Zeta escribió a su padre aquel 28 de mayo y que, por casualidad, se ha
cruzado en mi camino. E,
irremediablemente, mi abuela tiene el sonido de un piano. De un piano
interpretando un nocturno. No podrían tener mejor nombre esas composiciones que
evocan la tranquilidad de la noche, la evanescencia de ese sentimiento
melancólico que destila todo romántico.
Pero lo realmente apabullante es el nivel de creatividad, sonoridad y armonía que nuestro romántico polaco logró con estas obras. Su interpretación lleva un sello de tan profunda originalidad, es tan magistral, que se podría decir de Chopin que es un virtuoso absolutamente perfecto.
“Los Nocturnos op. 9”, aquellos que mi abuela tocaba con los ojos cerrados, como si el propio Chopin guiara sus manos, son un conjunto de 3 piezas dedicadas a madame Camile Pleyel.
El Nocturno Op. 9 n.º 1 en Si bemol menor tiene una soltura rítmica que caracterizó los últimos trabajos de Chopin. La mano izquierda tiene una secuencia ininterrumpida de corcheas en arpegios sencillos durante toda la pieza, mientras que la mano derecha se mueve con total libertad en patrones de siete, once, veinte y veintidós notas mientras crece, se oscurece, vuelve a crecer para acabar en una plena y perfecta quietud..
Y decir “nocturno” es decir “Chopin”. Sólo
con sus nocturnos hubiera sido suficiente para que el músico trascendiera las
puertas de la gloria. Digo esto para mostrar hasta qué punto, los músicos,
estudiosos y amantes de la música, los concebimos como una de las partes
culminantes de la pianística de todos los tiempos. Transitan casi todos los
estados de ánimo, desde la más profunda soledad hasta una buena charla con
amigos. Pero aunque la mayoría atribuye a Chopin
la creación del estilo nocturno, fue el compositor irlandés John Field el original
creador de los movimientos que poco más tarde Chopin, gran admirador del
trabajo de Field, hiciera de ello su sello de identidad.
Pero lo realmente apabullante es el nivel de creatividad, sonoridad y armonía que nuestro romántico polaco logró con estas obras. Su interpretación lleva un sello de tan profunda originalidad, es tan magistral, que se podría decir de Chopin que es un virtuoso absolutamente perfecto.
“Los Nocturnos op. 9”, aquellos que mi abuela tocaba con los ojos cerrados, como si el propio Chopin guiara sus manos, son un conjunto de 3 piezas dedicadas a madame Camile Pleyel.
El Nocturno Op. 9 n.º 1 en Si bemol menor tiene una soltura rítmica que caracterizó los últimos trabajos de Chopin. La mano izquierda tiene una secuencia ininterrumpida de corcheas en arpegios sencillos durante toda la pieza, mientras que la mano derecha se mueve con total libertad en patrones de siete, once, veinte y veintidós notas mientras crece, se oscurece, vuelve a crecer para acabar en una plena y perfecta quietud..
Luego llegaría el exquisito Nocturno Op. 9 n.º 2 en Mi bemol mayor. Este
nocturno está lleno de melancolía por sus
arpegios, siempre sutil y lleno de exaltación puesto que la pieza
termina tan silenciosa como se inicia. Chopin escribía sus obras de forma que
su digitación obtuviera la sonoridad que deseaba, hecho curioso, ya que a él le
gustaba dejar al intérprete la libertad de ejecución.
Siempre me ha costado mucho decidirme por cuál de los dos me emociona más
Después de Chopin, nuestro
compositor favorito era Frank
Listz, su amigo y gran rival. Aún recuerdo cuando mi abuela me contó que
Chopin tenía gran facilidad para hacer unas imitaciones de personas tan fieles
al original que se contaba que un día copió a Liszt en su manera de vestir,
hablar y tocar, con tal exactitud que un ingenuo admirador que asistía a un
concierto, al encontrarse unos días después con el auténtico Franz Liszt, le
dijo indignado: “¡Ah! ¡No, Chopin, esta vez no me engañará usted!”
El nocturno de Franz Liszt
subtitulado Sueño de amor, es una de
las más deliciosas piezas musicales románticas que, a mi gusto, se hayan
compuesto para piano. Tiene de todo: finura y riqueza de color, brusquedad y
golpes de brazo, melancolía y pasión, tranquilidad y tensión.
Y ¿qué amante de la música
clásica no conoce a Rubinstein? Aunque la grabación es antigua y defectuosa, fijaos
en la tranquilidad que presenta el pianista en su rostro. Escuchad cómo liga las notas,
aunque sus brazos apenas se mueven. Es una preciosidad, es una joya, es
exquisita esta obra. Merece la pena. Palabra…
sobre gustos está todo sin escribir. sobre el impacto emocional que ejerzan estos nocturnos, tampoco debe estar nada escrito, Victoria: dependerá en buena parte del momento personal de cada cual oyente, y aun intérprete. En términos generales, por cómo discurre el raudal musical y/o rítmico, quizá quizá cale más hondo es C minor...
ResponderEliminaren cualquier caso, prevalece sobre toda la selección el sello inconfundible de tu buen hacer musical...
¡Y ahí, esa otra deliciosa creación, ¡tu abuela!
Me ha llegado al alma todo el trabajo.
Un beso
Mi abuela fue una institución en mi familia, un tótem, un puntal, un referente. Nunca fue una abuela "al uso" pero el paso de los años la hizo entrañable, importantísima en mi vida. Vivió 107 años, por eso era tan sabia. La echo mucho de menos, Pilar. Mucho.
EliminarEspero que estés pasando unas entrañables fiestas. Un beso muy fuerte. Y gracias!