El fauno de la composición
El, un pobre viajero, esperaba un
tren que sabía que no pasaría jamás. El gran cañón Berta tronaba sobre
Paris, como una pasajera tormenta de principios de primavera, alternándose el
negro rojizo de la pólvora con el dulce rosa del algodón celestial. Jirones de
cielo atravesados por bandadas de estorninos y calandrias. Nunca había creído
del todo la idea de la vida eterna y el Juicio Final Y tampoco aquel cielo castigado
por la eficacia germánica le invitaba a desear adentrarse en él. No viviría para ver el fin de la
guerra ni tampoco para orquestar La caja
de juguetes.
Lo que más le dolía era no ver
convertida en mujer a Chou-Chou.
Apenas se adivinaba en la piel morena de su rostro risueño los pliegues en los
que se posarían los dedos del tiempo para estirar sus facciones, hacer florecer
sus labios de jugosa juventud y ensortijar sus pestañas hasta engastar de cobre
su mirada. Sus mejillas se tiznarán del color de la sensatez y su voz adquirirá
un timbre más grave acaso suavemente sensato con algún giro chillón de infancia
más reprimida. Pero él no estaría allí ya para verlo.
Podría contemplarla desde algún
rincón de la pared, enmarcado en sepia de difunto, imaginándose ella que
fruncía el ceño si realizaba alguna acción que él hubiese desaprobado,
sonriéndole si llevaba a cabo algún acto digno de su orgullo. Le hablaría a través
de su música, el único medio que preservaría de alguna manera su voz interior.
Al escuchar el Claro de Luna le
brindaría un hombro invisible sobre el que derramar sus lágrimas por un primer
amor y en los ecos otoñales de sus Arabescos
tendría la oportunidad de hablarle de su juventud bohemia de un París en el
que era aún posible perderse sin que a uno le encontraran jamás. Un poco como
la muerte pero con grandes avenidas surcadas por arcos de triunfo y cafés con
terrazas iluminadas al crepúsculo a la luz de gas.
Su madre y él decidieron bautizarla
con los nombres de ambos, Claude-Emma, porque, tras declararse su amor eterno,
abandonando a sus respectivos cónyuges, ese mismo París les había les había
condenado al ostracismo absoluto. Incluso los amigos que le proclamaron anteriormente
“Claude de Francia” lo consideraban
ahora una persona indeseable que con malas artes había seducido a la encantadora
mujer del banquero Bardac de la que media ciudad estaba enamorada,
platónicamente. Y él, Debussy, había llegado
con su expresión perennemente osca y su tez cetrina y la conquistó con el propio
impulso de sus vaporosas partituras.
No cabía duda de que Peleas y Melisande se habían escapado del pentagrama
para escandalizar a sus contemporáneos con más contundencia que la ya de por sí
polémica ópera.
A ello contribuyó que la desamparada esposa de Claude se disparase un tiro al verse abandonada, sobreviviendo gracias a que la bala pudo esquivar los trozos de su corazón roto. Por tanto cuando nació Chou-Chou apenas recibieron visitas. Era como si estuvieran los tres solos en el mundo; pero no importaba, no necesitaban a nadie más.
"Es igual que tú", le dijo desde el lecho del parto sonriendo satisfecha. "Dios no lo quiera", repuso él. Y le extrañó que un ser humano pudiera resultar tan ligero. En realidad era más bien como si estuviera sosteniendo un aroma entre sus brazos, una fragancia dulzona a leche y seda morena, porque había heredado, sin duda alguna, su tono de piel. Y, como comprobaría con el tiempo, muchas cosas más.
Ser padre por primera vez a los
45 años le resultó un tanto extraño, pero ¿no había encontrado a la vez su amor
verdadero de forma tardía? Se percató entonces de que era un ser incompleto
hasta ese momento y de que aquella criatura que dormitaba sobre su pecho,
vibrante su corazoncito, como una avellana en el escondrijo de una ardilla, era
la pieza que venía a hacer que todo encajase.
(…)
Una vez obrado el milagro de la
transformación de bebé a muñeca de porcelana china pudo comunicarse mejor con
ella. El piano fue el intérprete de los sentimientos de ambos.
“Ven muñequita”, le decía. “te llevaré a dar un paseo al parnaso de los niños, donde los árboles dan manzanas de caramelo, el sol es una pelota de cuero de piel de unicornio, que brilla sin quemar la piel, ni deslumbrar los ojos, y las nueves descienden mansamente como alfombras voladoras de terciopelo gris para invitarte a dar un paseo por el azul del cielo.
Tal vez nos encontremos con el Doctor
Gradus que lleva en su maletín un trompo
mágico, que cuando gira, cura todas las tristezas de los niños del mundo y les
hace reír, porque silba su nombre al revés y se inventa canciones con sus
palabras favoritas: chocolate, rosas, chupete, mamá, pajarito de reloj de cuco”.
“Montado sobre una nube, iremos
juntos al Jardín Botánico de París, donde veremos a Jimbo, con sus largas
orejas de pergamino, tratando de coger, sin lograrlo, la luna con su larga
trompa. ¡Pobre Jimbo, tan lejos de África como de la luna! Si te parece le cantaremos
una nana para que se duerma, una nana para trompa en sordina”
Golliwogg, Jimbo, Doctor Gradus, (piezas de “El
rincón de los niños”) susurraba desde su lecho el enfermo. ¡Cómo lamentaba
no haber podido acabar La caja de
juguetes!. Le estaba quedando tan bonito aquel balet… En su última charla
con Caplet ,
ultimísima, como intuía acertadamente, le había pedido que la orquestase al
morir él. Aunque la obra llegaría tarde porque Chou-Chou, que contaba 13 años,
ya estada dejando de ser una niña de juguetes.
“Mi niña de los cabellos de lino”,
le dijo con un hilo de voz. “Me voy donde meten el arcoíris en una olla para
llevarlo a las montañas y hacer con él helados de limón, menta, plátano,
naranja, fresa y violeta. Cuando esté allí arriba tocando el arpa cromática, te
escribiré un Capricho en La Mayor”
Claude Debussy murió esa tarde
con una serena expresión en el rostro. Chou-Chou no tardaría en seguirle apenas
unos meses después a consecuencia de la difteria. Sobre su cama quedaron la
muñeca de porcelana y Golliwogg, con sus rostros tristes pero, en el fondo,
felices, porque el Viento del Oeste les dijo una tarde que había visto a padre
e hija en las montañas donde la nieve nunca se derrite, descubriendo bajo una
roca, entre risas blancas, al cordero perdido de la pastorcilla.
Este texto está elaborado con fragmentos
del que Martín Llade leyó con maravillosa voz el jueves pasado en su fantástico
programa Sinfonía
de la Mañana, en Radio Clásica. Os aconsejo que lo escuchéis porque vale mucho la pena.
Claude Debussy, el compositor que
revolucionó la manera de concebir la música, echó abajo los conceptos
existentes. Sus innovaciones armónicas abrieron el camino de los radicales
cambios musicales del siglo XX y fue fundador de la denominada escuela
impresionista de la música. Cuando le escucho me produce el mismo efecto de un amanecer cuya
gama de colores adquiere una plasticidad casi táctil y una capacidad evocadora cercana a la poesía.
Espero que, si habéis llegado hasta aquí, hayáis disfrutado de la música y del texto. Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.
Espero que, si habéis llegado hasta aquí, hayáis disfrutado de la música y del texto. Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.