domingo, 22 de noviembre de 2015

Claude Debussy

El fauno de la composición


El, un pobre viajero, esperaba un tren que sabía que no pasaría jamás. El gran cañón Berta tronaba sobre Paris, como una pasajera tormenta de principios de primavera, alternándose el negro rojizo de la pólvora con el dulce rosa del algodón celestial. Jirones de cielo atravesados por bandadas de estorninos y calandrias. Nunca había creído del todo la idea de la vida eterna y el Juicio Final  Y tampoco aquel cielo castigado por la eficacia germánica le invitaba a desear adentrarse en él. No viviría para ver el fin de la guerra ni tampoco para orquestar La caja de juguetes.


Lo que más le dolía era no ver convertida en mujer a Chou-Chou. Apenas se adivinaba en la piel morena de su rostro risueño los pliegues en los que se posarían los dedos del tiempo para estirar sus facciones, hacer florecer sus labios de jugosa juventud y ensortijar sus pestañas hasta engastar de cobre su mirada. Sus mejillas se tiznarán del color de la sensatez y su voz adquirirá un timbre más grave acaso suavemente sensato con algún giro chillón de infancia más reprimida. Pero él no estaría allí ya para verlo.

Podría contemplarla desde algún rincón de la pared, enmarcado en sepia de difunto, imaginándose ella que fruncía el ceño si realizaba alguna acción que él hubiese desaprobado, sonriéndole si llevaba a cabo algún acto digno de su orgullo. Le hablaría a través de su música, el único medio que preservaría de alguna manera su voz interior.


Al escuchar el Claro de Luna le brindaría un hombro invisible sobre el que derramar sus lágrimas por un primer amor y en los ecos otoñales de sus Arabescos tendría la oportunidad de hablarle de su juventud bohemia de un París en el que era aún posible perderse sin que a uno le encontraran jamás. Un poco como la muerte pero con grandes avenidas surcadas por arcos de triunfo y cafés con terrazas iluminadas al crepúsculo a la luz de gas.


Su madre y él decidieron bautizarla con los nombres de ambos, Claude-Emma, porque, tras declararse su amor eterno, abandonando a sus respectivos cónyuges, ese mismo París les había les había condenado al ostracismo absoluto. Incluso los amigos que le proclamaron anteriormente “Claude de Francia”  lo consideraban ahora una persona indeseable que con malas artes había seducido a la encantadora mujer del banquero Bardac de la que media ciudad estaba enamorada, platónicamente. Y él, Debussy, había llegado con su expresión perennemente osca y su tez cetrina y la conquistó con el propio impulso de sus vaporosas partituras.

No cabía duda de que Peleas y Melisande se habían escapado del pentagrama para escandalizar a sus contemporáneos con más contundencia que la ya de por sí polémica ópera.


A ello contribuyó que la desamparada esposa de Claude se disparase un tiro al verse abandonada, sobreviviendo gracias a que la bala pudo esquivar los trozos de su corazón roto. Por tanto cuando nació Chou-Chou apenas recibieron visitas. Era como si estuvieran los tres solos en el mundo; pero no importaba, no necesitaban a nadie más.  

"Es igual que tú", le dijo desde el lecho del parto sonriendo satisfecha. "Dios no lo quiera", repuso él. Y le extrañó que un ser humano pudiera resultar tan ligero. En realidad era más bien como si estuviera sosteniendo un aroma entre sus brazos, una fragancia dulzona a leche y seda morena, porque había  heredado, sin duda alguna, su tono de piel. Y, como comprobaría con el tiempo, muchas cosas más.


Ser padre por primera vez a los 45 años le resultó un tanto extraño, pero ¿no había encontrado a la vez su amor verdadero de forma tardía? Se percató entonces de que era un ser incompleto hasta ese momento y de que aquella criatura que dormitaba sobre su pecho, vibrante su corazoncito, como una avellana en el escondrijo de una ardilla, era la pieza que venía a hacer que todo encajase.
 (…)
Una vez obrado el milagro de la transformación de bebé a muñeca de porcelana china pudo comunicarse mejor con ella. El piano fue el intérprete de los sentimientos de ambos.

“Ven muñequita”, le decía. “te llevaré a dar un paseo al parnaso de los niños, donde los árboles dan manzanas de caramelo, el sol es una pelota de cuero de piel de unicornio, que brilla sin quemar la piel, ni deslumbrar los ojos, y las nueves descienden mansamente como alfombras voladoras de terciopelo gris para invitarte a dar un paseo por el azul del cielo.

Tal vez nos encontremos con el Doctor Gradus  que lleva en su maletín un trompo mágico, que cuando gira, cura todas las tristezas de los niños del mundo y les hace reír, porque silba su nombre al revés y se inventa canciones con sus palabras favoritas: chocolate, rosas, chupete, mamá, pajarito de reloj de cuco”.


“Montado sobre una nube, iremos juntos al Jardín Botánico de París, donde veremos a Jimbo, con sus largas orejas de pergamino, tratando de coger, sin lograrlo, la luna con su larga trompa. ¡Pobre Jimbo, tan lejos de África como de la luna! Si te parece le cantaremos una nana para que se duerma, una nana para trompa en sordina”


Golliwogg, Jimbo, Doctor Gradus, (piezas de “El rincón de los niños”) susurraba desde su lecho el enfermo. ¡Cómo lamentaba no haber podido acabar La caja de juguetes!. Le estaba quedando tan bonito aquel balet… En su última charla con Caplet , ultimísima, como intuía acertadamente, le había pedido que la orquestase al morir él. Aunque la obra llegaría tarde porque Chou-Chou, que contaba 13 años, ya estada dejando de ser una niña de juguetes.

“Mi niña de los cabellos de lino”, le dijo con un hilo de voz. “Me voy donde meten el arcoíris en una olla para llevarlo a las montañas y hacer con él helados de limón, menta, plátano, naranja, fresa y violeta. Cuando esté allí arriba tocando el arpa cromática, te escribiré un Capricho en La Mayor”


Claude Debussy murió esa tarde con una serena expresión en el rostro. Chou-Chou no tardaría en seguirle apenas unos meses después a consecuencia de la difteria. Sobre su cama quedaron la muñeca de porcelana y Golliwogg, con sus rostros tristes pero, en el fondo, felices, porque el Viento del Oeste les dijo una tarde que había visto a padre e hija en las montañas donde la nieve nunca se derrite, descubriendo bajo una roca, entre risas blancas, al cordero perdido de la pastorcilla.

Este texto está elaborado con  fragmentos del que Martín Llade leyó con maravillosa voz el jueves pasado en su fantástico programa Sinfonía de la Mañana, en Radio Clásica. Os aconsejo que lo escuchéis porque vale mucho la pena.


Claude Debussy, el compositor que revolucionó la manera de concebir la música, echó abajo los conceptos existentes. Sus innovaciones armónicas abrieron el camino de los radicales cambios musicales del siglo XX y fue fundador de la denominada escuela impresionista de la música. Cuando le escucho me  produce el mismo efecto de un amanecer cuya gama de colores adquiere una plasticidad casi táctil y una capacidad evocadora cercana a la poesía.

Espero que, si habéis llegado hasta aquí, hayáis disfrutado de la música y del texto. Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.

lunes, 2 de noviembre de 2015

La lluvia, música y poesía

La lluvia es una canción sin letra

Llueve esta noche.
Pero no es agua. Es languidez. Son abismos abiertos
para hacer caer sobre nosotros
reguerones de paz.
Cada gota, una estrella fugaz.
¿Dónde estarán mañana las golondrinas?
Tijeras negras que cortan el cielo.
Llueve esta noche.
Pero llueve sin ganas.
Como si no fuera el momento de llover.
Agua lenta, ensimismada.
No hay que arropar espejos ni cristales
para que no tiemblen de miedo.
Llueve esta noche.
No es lluvia casi,
es agua con alas,
transparencia de la intimidad nocturna.
Llueve esta noche, en silencio:
Dulce presagio de tu sueño,
universo de lugares sin peso.
Se han confabulado las gotas
para llover calladas;
todo se calla cuando tú descansas.
Llueve esta noche.
La oscuridad tiene ojos claros.


Llueve. Me encanta la lluvia. El bosque se mueve a mi paso, los centenarios árboles marchitan y con sus hojas decoran el suelo. El suelo es blando y cálido como una alfombra, alfombra que atraviesa el bosque de la melancolía. Cielo gris, suelo dorado, la melancolía.


Miro por la ventana y veo ese cielo lluvioso. Llueve, sí, pero me sienta bien. En lo que otros ven un día nublado, yo veo un cielo de plata, de plata que brilla e ilumina mis palabras. Cuando otros ven caer agua del cielo, yo veo mi vida que brota de la melancolía. Añorado sentimiento, perpetuada eternamente en el otoño, la melancolía. La melancolía.... Miro en mi interior. Suelo hacerlo y me reconforta.

Sigo escuchando el goteo impenitente de la lluvia,
golpeando con fuerza.
Versos húmedos detrás de los cristales.


La lluvia está cansada de llover
yo/cansado de verla en mi ventana
es como si lavara las promesas
y el goce de vivir y la esperanza

la lluvia que acribilla los silencios
es un telón sin tiempo y sin colores
y a tal punto oscurece los espacios
que puede confundirse con la noche

ojalá que el sagrado manantial
aburrido suspenda el manso riego
y gracias a la brisa nos sequemos
a la espera del próximo aguacero

lo extraño es que no sólo lllueve afuera
otra lluvia enigmática y sin agua
nos toma de sorpresa/y de sorpresa
llueve en el corazón/ llueve en el alma

(Lluvia-Mario Benedetti)


El poeta es el único ser que se baña dos veces en el mismo río, el único que se moja dos veces en la misma lluvia, respondía Isidoro Blaisten en las páginas de su libro “Anticonferencias” a la pregunta formulada acerca de qué era un poeta y, de paso, para qué servían.

Llueve
sobre la arena, sobre el techo
el tema
de la lluvia:
las largas eles de la lluvia lenta
caen sobre las páginas
de mi amor sempiterno,
la sal de cada día:
regresa lluvia a tu nido anterior,
vuelve con tus agujas al pasado:
hoy quiero el espacio blanco,
el tiempo de papel para una rama
de rosal verde y de rosas doradas:
algo de la infinita primavera
que hoy esperaba, con el cielo abierto
y el papel esperaba,
cuando volvió la lluvia
a tocar tristemente
la ventana,
luego a bailar con furia desmedida
sobre mi corazón y sobre el techo,
reclamando
su sitio,
pidiéndome una copa
para llenarla una vez más de agujas,
de tiempo transparente,
de lágrimas.

(Llueve-Pablo Neruda)


Siento un enorme placer en caminar sin paraguas bajo la lluvia. Me encanta sentir las pequeñas gotas resbalando por la frente, por la nariz, por la barbilla... A veces las saboreo, solo a veces. Luego, cuando mi cuerpo se empapa, acelero el paso y me escondo bajo el tejadillo de algunos edificios ante la mirada atónita de la gente. La última vez se rieron de mí. No es habitual ver a una mujer de mi edad actuando como una niña.

Hay quien se sorprende cuando alguien comenta que le encanta ver llover, pero hay gente.


La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de soñolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.

Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.

Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.

La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.

El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.

Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.

Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante.
Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.

¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!

¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.

El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.

Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.

¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!



Bruscamente la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.

(La lluvia-Jorge Luis Borges)


    Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.

    Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós. (Aplastamiento de las gotas. Rayuela. Julio Cortázar)


Lluvia, hoy no te siento.
Hoy no eres nada
mas que agua vertical.
Apenas si te escucho
golpear el pavimento
y llamar con tu clave
sobre mi ventanal

Lluvia, hoy no eres nada
para mi desaliento
nocturno y abismal.

Cuando era niña hallaba
en tu cancion un cuento,
y ya en mi adolescencia
me diste un madrigal.
Ahora lluvia tengo
tanta tristeza adentro,
que no me dices nada
solo te oigo golpear.
  
(Lluvia-Alba Swann)


Esta agua medrosa y triste,
como un niño que padece,
antes de tocar la tierra
desfallece.

Quieto el árbol, quieto el viento,
¡y en el silencio estupendo,
este fino llanto amargo
cayendo!

El cielo es como un inmenso
corazón que se abre, amargo.
No llueve: es un sangrar lento
y largo.

Dentro del hogar, los hombres
no sienten esta amargura,
este envío de agua triste
de la altura.

Este largo y fatigante
descender de aguas vencidas,
hacia la Tierra yacente
y transida.

Llueve... y como un chacal trágico
la noche acecha en la sierra.
¿Qué va a surgir, en la sombra,
de la Tierra?

¿Dormiréis, mientras afuera
cae, sufriendo, esta agua inerte,
esta agua letal, hermana
de la Muerte?

(La lluvia lenta-Gabriela Mistral)


hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

(Lluvia-Juan Gelman)


cesó la lluvia,
las calles inundadas
de agua y cielo

afortunadamente, y en todo
momento, la mejor forma de
comunicarse, es el silencio

Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites.

Por recomendación expresa de mi amigo Ovi, una canción que está en todas las listas de canciones sobre la lluvia: