lunes, 13 de julio de 2015

Paul Motian, el arquitecto del ritmo del jazz

"No importa que seas el patrón o el último mono, al final todos acabamos en el mismo vagón"

Lo sé. Sé que hoy debería dedicarle mi música nocturna a Javier Krahe. Una lógica aplastante me arrastra a esa elección. Su muerte ayer, cogida por sorpresa (al menos para mí), debería convertirse en el impulso irrefrenable de realizar un sentido homenaje a ese lúcido, irreverente, irónico, sarcástico y mordaz poeta convertido en cantante, una suerte de Quijote del siglo XX para toda una generación, en el que los molinos y los gigantes se entremezclaban con versos y acordes de guitarra.

Pero no. No quiero. Todos mis referentes musicales desde mi juventud se van quedando atrás, y este blog, un blog intimista que quiere ser un refugio para aislarnos del mundo, para desconectar por unos minutos de nuestra acelerada vida, para descargar el peso de esta mochila que llevamos a cuestas y que se llena de tensión a lo largo del día; un espacio para recuperar la calma, para sentir mariposas en el estómago, para que se nos erice la piel, se nos ponga un nudo en la garganta (música para dejarnos llevar) no puede ser un eterno obituario.


Así que esta calurosísima noche del mes de julio, para dar la bienvenida a unas vacaciones que mañana estrenaré, os voy a hablar de Paul Motian.

Las revoluciones en el jazz casi siempre se relacionan con el ritmo, con el tempo. Y los baterías, por lo tanto, siempre están profundamente involucrados en estas revoluciones aunque pocas veces se habla de ello. Hay muchos bateristas en la historia del siglo XX que, independientemente de su técnica, resultan personales y reconocibles. Desde Art Blakey a John Bonham, todos son bastante fáciles de identificar en unos pocos compases, lo que resulta una hazaña en un instrumento como este.  Paul Motian no sólo era reconocible sino que se inventó una forma de tocar, un estilo completamente personal, y con ese estilo llevo a cabo una revolución tranquila. Puede parecer extraño para llamar a un baterista "tranquilo", pero desde el inicio de su carrera hasta los últimos meses de su vida, Motian hizo tambalear las cosas. En silencio. Brillantemente.

La pócima de Motian consistía en entrar y salir del tiempo, deconstruir los golpes habituales del compás y reordenarlos a placer sin perder el pulso (ni el norte).  Escuchándole uno se da cuenta de que el tempo está ahí, esté o no acentuado; de que los patrones de Motian vuelan libres generando unas cualidades rítmicas que van de lo tenso a lo sugerente sin más motivo, dirección o guía que la propia voluntad del baterista. Su toque era aéreo, delicado, minimalista y anárquico, rozando en ocasiones lo aparentemente errático, pero sin perder una pizca de su mágico swing, siempre esquivo y misterioso. En una ocasión leí que alguien lo llamaba “el arte de tocar a su puñetera bola”, una definición tan poco ortodoxa como acertada.

A lo largo de toda su carrera nos enseñó que se podía esculpir el tiempo, que se podían dibujar sonidos en el aire, que la batería era más que ritmo, más que un instrumento de percusión. En sus manos, las baquetas, los parches y los platos pudieron crear melodías, pudieron dirigir a todo un grupo jugando caprichosamente entre polirritmos y acentos inesperados. Con él aprendimos que el espacio y el silencio pueden ser tan demoledores y apoteósicos como el más estruendoso solo de batería.

 Recordado, sobretodo, como el baterista de la clásica Bill Evans Trio de la década de 1960,  Motian también fue miembro del cuarteto del pianista Keith Jarrett en la década de 1970, y en la década de 1980 comenzó al frente de su propio trío con éxito, con el saxofonista tenor Joe Lovano y el guitarrista Bill Frisell. Entre quienes pueden considerarse sus discípulos destacan, además, los saxofonistas Tony Malaby y Joshua Redman, y los guitarristas Kurt Rosenwinkel y Wolfgang Muthspiel, miembros todos ellos de su quinteto, eventualmente conocido como The Electric Bebop Band.


Fue un acompañante siempre inteligente y sensitivo para aquellos con los que tocaba. Nunca vivió de las rentas, ni se acomodó a base de amortizar los momentos álgidos de su carrera, de una estirpe diferente, miembro clave de una generación no sólo histórica, sino irrepetible.

Una de sus últimas presentaciones fue en el mítico Village Vanguard,  en Greenwich Village, en Nueva York,  junto a Masabumi Kikuchi y Greg Osby. En las grabaciones era el soporte rítmico sobre el que Bill Evans y LaFaro podían desplegar toda su magia. Con eficaz discreción era Motian el que permitía que el contrabajista saliese de su función habitual y, por decirlo así, marcase los goles. Motian sabía en todo momento hasta donde podía llegar, por eso fue siempre un grandísimo músico acompañante que no necesitaba sus enormes dotes como solista para dejar oír su voz. El primer volumen de “Live at the Village Vanguard” es quizá el mejor ejemplo del carácter exigente de su música.


Editó  más de treinta álbumes, sin incluir las numerosas colaboraciones que dejó grabadas. Su último disco fue “Windmills of your mind”.


Al igual que Miles Davis, Paul Motian supo utilizar el silencio de manera muy eficaz. Pero el 22 de noviembre de 2011 el silencio se hizo eterno. Paul Motian, pues, siempre ha sido, es y será uno de los grandes. Ahora, dejemos que la historia le suba a los altares que le corresponden y recordémosle como debe ser: escuchando su música.

Buenas noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites.

No hay comentarios:

Publicar un comentario