miércoles, 24 de junio de 2015

El viaje más corto de Carlos Gardel

80 años no es nada

Pasa el tiempo y, como en el tango, la nostalgia invade los corazones de los amantes de Carlos Gardel. Su nacimiento envuelto en la penumbra, y su muerte tampoco muy clara, dan a su biografía un halo de misterio. El lugar y fecha de nacimiento de “zorzal criollo” como se conoce al cantor, sigue siendo polémico. Se lo disputan Argentina, Uruguay y Francia. Se estima que la fecha estaría entre 1883 y 1890. Ninguna otra figura del tango concitó un interés comparable, ninguna dio lugar a tantas y tan exhaustivas investigaciones.


Pero el recuerdo de Gardel, que se mató un día como hoy hace 80 años en Medellín (Colombia) resucita estos días en la tierra donde murió y en la que creció. Y resucita en mi memoria aquellos tangos que escuchaba en mi casa los fines de semana mientras mi padre pintaba en su rincón.

El mismo día que en Europa se entretejían los inicios de la Segunda Guerra Mundial, en Medellín se despedía Carlos Gardel ante los ojos de sus seguidores, que esta vez no lo veían irse en un concierto, pero lo querían ver volver bajo el burlón mirar de las estrellas, cómo él mismo lo cantó.

El 24 de junio de 1935 por la mañana, Gardel en compañía de Le Pera y sus músicos salen de Bogotá rumbo a Cali, pero hacen una escala técnica en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín, conocido como Las Palmas. El objetivo de la escala fue cargar combustible y los rollos de la película Payasadas de la vida. El avión además llevaba instrumentos musicales, telones y valijas de los 13 ocupantes.

Eran las 3 de la tarde. Los 3.000 espectadores que habían ido al campo de aviación a despedir a Carlos Gardel y a sus acompañantes no tuvieron tiempo de pensar en nada. Apenas se quedaron paralizados y abrieron los ojos como puertas de una iglesia. Sus cuerpos, detrás de las improvisadas barreras del aeropuerto de Medellín, quedaron en pie sólo por la escasa rebeldía ante la ley de gravedad.

Desde lejos pudieron contemplar, atónitos, la tragedia que se estaba desarrollando: dos moles de metal en movimiento, un choque seco, la explosión de los tanques del combustible y el incendio que se extendió en un área de cuarenta metros a la redonda. A las tres de la tarde, el Ford F-31 de la empresa Saco, carreteó el aeropuerto y se salió de pista al intentar despegar y chocó de frente con el Ford F-11 de Scadta. Así falleció al instante el ícono que influenció toda la cultura del tango para el mundo.

Todos lo lloraron, pero, más que eso, todos lo cantaron, lo bailaron, lo inventaron, y después de esa deflagración de dolor y humanidad y deseo y tristeza lo único que pudieron hacer fue revivirlo.
Gardel tuvo el privilegio de estar dotado de una voz única, acompañada de un oído que la guiaba de forma magistral. Su talento vocal está fuera de discusión, pero sí se discute sobre su mayor o menor capacidad como compositor e instrumentista.

Vocalmente lo tuvo todo: timbre, color, oído, y una expresividad que podía recorrer la ironía, el humor o el mayor dramatismo. Contó con la suerte de poseer un natural histrionismo escénico y tuvo a lo largo de su carrera una serie de afortunados encuentros con artistas, productores y empresarios del espectáculo, que lo llevaron a la cima del éxito internacional, en el complejo periodo de entreguerras.

Sus restos reposan en el Cementerio de la Chacarita de Buenos Aires. Desde su muerte, los temas interpretados por Gardel han cruzado océanos y perduran en la memoria musical de todo un continente. 

Porque 80 años no es nada, y porque siempre se regresa a Gardel, aquí os dejo, esta noche, las canciones con las que se le recuerda (o, quizás, le recuerdo yo)

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