El alquimista del violín del jazz
Hace calor.
Demasiado calor para mí. Por eso, la noche es el comienzo de la esperanza de
sentir que vuelvo a respirar por mí misma.
Harta del clima, al fin me libro de
esa sensación año tras año cada vez más y más agobiante, regocijándome mientras escucho a este maestro absoluto del violín del
jazz. Reconozco que mi intención era dedicarle este primer post casi vacacional
a Montserrat Figueras (todo llegará) después de ver con Jesús el documental
"Montserrat Figueras, la veu de l'emoció" pero al sentarme esta
tarde en esta silla, el dúo Grapelli-Ponty que sonaba por nuestros altavoces, de la
mano de Jesús (otro alquimista de la música que se escucha entre estas cálidas
paredes de madera) me ha resultado tan, tan, tan fresco que me he quedado en
él.

La primera
vez que escuché a
Stéphane
Grapelli fue en 1982, en la terraza de nuestro pequeño ático del barrio de
Sant Andreu, una horrible noche de calor veraniego. Entonces como ahora, me pareció intenso,
rápido, emotivo, directo, con pases tan impresionantes que no dejaba a la
indiferencia acercarse a quien le escuchara. Ese violín ¡parecía tener alas! Me
encantó aunque por aquel entonces yo de jazz conocía más bien nada. Y es que, en
todas las disciplinas artísticas existen hombres y mujeres privilegiadas que, independientemente de la perfección con la que
interpretan su arte, poseen una capacidad de comunicación y una personalidad tan
rotundas que logran que la admiración popular trascienda más allá de su campo
artístico.
Extraordinario
improvisador, sobre la improvisación Grappelli dijo en 1987, antes de un concierto que
dio en Madrid: “La improvisación es un misterio. Se puede escribir un libro al
respecto, pero al final nadie sabe lo que es. Cuando improviso y estoy en buena
forma, soy como alguien medio dormido. Se me olvida que hay gente delante de
mí. Los grandes improvisadores son como sacerdotes, que están pensando sólo en
su Dios”.

Pero además
de tener unas indiscutibles y notables condiciones técnicas, Grapelli fue un hombre de jazz de
alto vuelo.
"¡El jazz es el esperanto de la música!" exclamó
con contagiante entusiamo en aquella entrevista.
El violín no había sido usado con demasiada frecuencia por las bandas e intérpretes de jazz, como lo han sido otros
instrumentos como el piano, trompeta y saxofón. En ocasiones se había utilizado como complemento de la sección de metales. Fue Grappelli quien introdujo este instrumento en este mundo, caracterizándolo con una apreciable influencia gitana, derivada de su amigo
Django Reinhardt, con
quien fundó en 1934 el célebre
Quintette
du Hot Club de France.
A propósito
de su debut absoluto en el teatro ABC de París, en 1934, Grappelli recordaba que fue
un concierto similar a la presentación de
La
consagración de la Primavera, de
Igor Stravinsky,
en el
Théatre
des Champs Elysées en 1913, o el de la
Opéra de París
de
Pélleas et Mélisande,
de
Claude Debussy, los
que provocaron, al igual que la primera audición del quinteto, que la mitad de
los espectadores quisiera pelearse con la otra mitad:
"No seríamos ni los primeros
ni los únicos abucheados en la historia del jazz, ya que pocos años después fui
testigo de cómo silbaban a John
Coltrane en pleno Olympia de París.
Y el público era bastante más bruto que ahora".

Al morir Reinhardt, Grappelli prosiguió
una carrera personal de gran éxito. Utilizó siempre para grabar un violín Galliano del siglo XVIII. "Nunca usaría un Stradivarius,
tendría miedo de sentarme encima y romperlo", dijo una vez, socarrón. Siempre recordaba su vieja casa de la calle
Montholon, hoy derrumbada, y su primer violín, regalado por un amigo italiano
como su padre, cuando tenía apenas diez años: "
No tenía
dinero para pagar profesores, y fue mi papá quien me enseñó los rudimentos del
solfeo, algo que jamás dejé de agradecerle, ya que leer música me permitió
conseguir mis primeros contratos con las orquestas de cine. Habíamos aprendido
entonces tan bien la lección que nos permitíamos mirar de reojo los filmes de
Rodolfo Valentino y otras celebridades de la época".

La vejez nunca se interpuso en su entusiasmo por la vida, que se reflejó hasta el final, en su alegre manera
de tocar y pensar: “¡Retiro! No hay una palabra más dolorosa para mis oídos. La música
me mantiene con vida. Me ha dado todo. Es mi fuente de la juventud”.
Grappelli fue tocado por la magia
y el genio; y creó una tradición a través de sus innovaciones. La contribución de
este singular estilista fue monumental, de una talla la cual es posible que
nunca vuelva a verse. Casi fue demasiado bueno para ser verdad.
Su calidad humana lo impulsó
siempre a compartir su pasión, por lo que gran parte de su producción musical
está hecha en colaboración con diversidad de músicos, intérpretes solistas que se sitúan en primera
fila junto a su violín, para regalarnos verdaderas obras de arte, en las que el
pequeño mimado de la orquesta sinfónica conversa amablemente con pianos,
guitarras, vibráfonos, armónicas, saxos y cualquier otro instrumento dispuesto
a crear magia, como en los siguientes temas que formarán parte de esta degustación
musical. Huelga decir que para una carrera musical que duró más de 60 años,
esto es sólo un vistazo a algunos de los innumerables aspectos más destacados.
¡Empieza el espectáculo!
Stéphane Grappelli y
Django Reinhardt se conocieron en 1931, pero no tocaron juntos hasta 1933, momento en
el que la idea de un quinteto de cuerda comenzó a formarse (aunque Django
hubiera preferido un baterista para una tercera guitarra).
El Quintette du Hot Club de France duró de 1934 hasta 1939, cuando la Segunda Guerra Mundial
llevó a su ruptura. Aunque Django recibió gran parte de la aclamación, Stéphane sostuvo el grupo casi en en solitario y lo mantuvo firme hasta que se disolvió.
Otra de sus colaboraciones la realizó con
Eddie South que pasó los años de
1928 a 1931 en París y en otras partes de Europa, dedicado a la realización y
el estudio, y fue uno de los primeros inspiraciones de Stéphane Grappelli,
aunque Grappelli por aquel entonces tocaba sobre todo el de piano para ganarse
la vida. Eddie South regresó a París en 1937 y, a su vez, se
inspiró en el Quintette du Hot Club de France. De todo ello surgieron
grabaciones conjuntas como la que os propongo escuchar. En este tema, South y
Grappelli básicamente desempeñan una serie de acalorados intercambios. Sus
fraseos son muy similares. Django Reinhardt arregló la pieza y proporciona
apoyo activo y con ideas en las que se enmarcan las improvisaciones expresivas
y técnicamente pulidas de los dos violinistas.
El siguiente tema es como un encuentro
en el cielo. El joven
Gary
Burton estaba de gira por Europa y Stéphane Grappelli, a pesar de sus 64
años, actuaba regularmente en el Hotel Hilton de París cuando grabaron juntos
en el sello
Atlantic
Records.
Grace Falling, de
Steve Swallow que la escribió
para
Bill Evans,
supuso un vehículo perfecto para que Grappelli y Burton pudieran interactuar. Perfecto.
Bien es cierto que hay momentos cuando juntas unas estrellas que lo que ocurre puede ser decepcionante. No
todos los grandes músicos trabajan bien juntos, o al menos no tan bien como se
podría esperar. Tal vez, la colección de grandes nombres crea expectativas
imposibles en la audiencia. O tal vez algunos grandes artistas son demasiado
individualistas por lo que les resulta difícil perder su propia voz. No es el
caso de Grappelli y
Oscar
Peterson que tocan como si fueran uno. Este tema,
Someone to Watch Over Me, de su álbum
Skol es simplemente,
divino.
¡Seguimos para bingo! Otro de los nombres con el que Stéphane
Grappelli tocó en conciertos y grabó fue con el grupo de cuerdas de
David Grisman y su para
mí cautivadora mandolina, que disfrutó de varios años de gran popularidad. Sus
miembros se separaron a principios de 1980. El grupo, en cierto modo, fue una
re-imaginación ecléctica del Quintette du Hot Club de France, con el
bluegrass y elementos
folclóricos añadidos a la mezcla.
Cuando una escucha esta otra
versión de
Summertime, la nana compuesta por
George Gershwin y
versionada por las más grandes figuras del jazz, siente una interpretación cargada de
emociones. Grappelli y el pianista
McCoy Tyner se acercan a
esta actuación desde un punto más romántico y relajado. Grappelli ensaya el
tema cadencioso con un vibrato precioso.
Más vale tarde que nunca, dicen. No sólo
fue esta sesión la única grabación de Stéphane Grappelli con una
big band , en este caso la de
Claude Bolling En este
tema, además, comparten el escenario con un flautista
Pierre Schirrer,
quizás también por primera vez. El bajista y el baterista establecen una base sólida
para conducir las improvisaciones de ambos virtuosos, y la orquesta toca sus
fanfarrias y pasajes al unísono intrincados con gusto y una mezcla
aterciopelada de instrumentos.
Una delicia. Esta es la manera
más adecuada de calificar esta interpretación de nuestro genio con el
maravilloso pianista
Michel
Petrucciani. Éste fue el único disco que grabaron conjuntamente y es una
pena que no lo hubiesen hecho más a menudo después de oír todos los temas de
"Flamingo", el larga duración que lleva el nombre de lo que ahora
vais a escuchar. Un disco que daría para un post él solito. Grapelli, aporta lo que de él se
podía esperar: luminosidad, rapidez y claridad de ideas, un swing apabullante y
toda la historia que su figura transmitía. Petrucciani se presenta como lo que
era: un músico preciso que no olvidaba la espontaneidad, poseedor de una gran
amplitud de conocimientos armónicos y su gran sensualidad lírica. Me encanta.
De la larga lista de
colaboraciones no puedo dejar de destacar la del gran
Yehudi Menuhin un
sorprendente niño prodigio que pasó a ser
un famosísimo músico judío. Cuando Menuhin visita conmocionado Israel y
Alemania tras el holocausto se convierte en activo defensor de la paz y la
reconciliación entre los pueblos, descubridor de la espiritualidad oriental
como camino para la suprema creación y la verdadera sabiduría. La vida de
Yehudi Menuhin es testimonio tanto de la fe en el arte como de las
posibilidades del ser humano para alcanzar a través del pensamiento y la
vivencia artística y creativa una armonía plena consigo mismo y con su entorno
natural. Quizás por eso sintonizaron tanto y tanto ambos violinistas.
De Grappelli, Menuhin dijo:
"Es un hombre al que envidio casi tanto
como quiero; puede tocar cualquier tema para expresar cualquier matiz,
nostalgia, brillantez, agresividad, desprecio, con un velocidad y la precisión
que producen incredulidad"
Es curioso ver en este vídeo al
gran maestro Menuhin, como observa a Grappelli, intentando improvisar con
esfuerzo, mientras el francés toca con una despreocupación absoluta.
No puedo acabar este largo post
veraniego de otra manera que como empezó, con una colaboración entre Grappelli
y
Jean-Luc Ponty. A
pesar de que para el viejo maestro el "jazz moderno" como el del
joven, se preguntaba:
"¿Free jazz? Qué horror!"
No pretendía desdeñar ni mucho menos la música de Ponty, pero creía que el jazz
era una cosa muy distinta. Aún así, su colaboración fue muy fructífera.
¿Qué tal? ¿Más fresquitos? :) A descansar, pues. Bona nit!