Música para escuchar de noche cuando las palabras no
alcanzan
Escuchar a Schumann es evocar una
vida fracturada. Esta noche me he dejado llevar por este brillante músico y
crítico musical que tanto aportó al romanticismo,
el período histórico-artístico en el que el arte de los sonidos alcanzó la
máxima consideración. Escuchar a Schumann es constatar asimismo que la
enfermedad mental es un desafío a la medida humana y, a su vez, de todas las
potencialidades personales. Quizás por ello me he sumergido en ella esta noche
post electoral, sin haber digerido los resultados de las elecciones al
Parlamento Europeo, después de haberme sumido en la depresión ante una
abstención que no es indiferencia sino un gran error.
Robert Schumann fue el príncipe de los compositores alemanes románticos. Su vida breve se inició en la búsqueda de la maestría como ejecutante del piano hasta que una distonía del dedo medio de la mano derecha coartó su perspectiva vocacional. Sin arredrarse ante ello, Schumann abordó una provechosa carrera de compositor musical y una de sus primeras obras fue precisamente una tocata (Opus No. 7) donde no era menester el uso de tal dedo para ejecutarla. En
cierta ocasión manifestó que había aprendido más música leyendo a su poeta preferido que
asistiendo a las clases de su profesor de música. De esta manera describía con
mucho sentido la tendencia, típica entre los primeros compositores románticos,
de poetizar la música y servirse de ella como mero espejo autobiográfico,
postura que habría de provocar la evolución de las grandes formas
beethovenianas a formas más sencillas e íntimas.
El músico alemán fue un maníaco
depresivo que alternaba períodos de extrema productividad con épocas en que
quedaba sumido en la más profunda tristeza. Su obra está marcada por esos estados
de ánimo. Tradicionalmente se ha adjudicado
la capacidad de desmesura creativa de muchos intelectuales y artistas con
supuesto diagnóstico de trastorno bipolar (antes llamado psicosis
maniaco-depresiva) a sus episodios patológicos de elevación del estado de
ánimo, pero esa tentación de aureolar de romanticismo tales episodios resulta
devaluadora e injusta para el creador puesto que soslaya la capacidad de
afronte y ajuste del mismo caudal de talento humano. Sería más ponderado
valorar este proceso en su dimensión positiva de resiliencia y de adaptación.
Esto es, no creadores tanto por la enfermedad sino pese a ella y a partir de
ella.
Para que las obras de un
compositor consigan transmitir la cálida intensidad con la que fueron
compuestas se necesitan grandes intérpretes como la pianista argentina Martha Argerich.
Pero Martha Argerich preserva en
sus ejecuciones la frescura de la infancia, algo indispensable para su arte. Desde edad muy
temprana tuvo una conciencia de adulto. En cuanto empezó a aprender el piano a
la edad de tres años, ya tenía una exigencia interior muy, muy grande. Esa es
la paradoja fundamental de su personalidad. Argerich es una mujer profunda,
inteligente, pero no es… razonable. Huye de la realidad. Y ella es consciente de
eso. Argerich vive de noche, trabaja de noche, se escapa del día porque el día
es el momento donde todo el mundo trabaja, donde hay que ser “eficaz”. Todas
esas cosas le son ajenas. En cambio, de noche se encuentra en su centro íntimo.
No hay más que oírla. La comprendo, perfectamente.
Podemos empezar a deleitarnos con
la fusión de la pianista y el compositor en su Concierto
para piano en La menor. La vocación de Robert Schumann por el piano le
movió pronto a componer un concierto para este instrumento, pero según algunos
de sus escritos, no se sentía satisfecho con las formas tradicionales de la
época. A los dieciocho años comenzó a componer uno y poco después otro, sin
acabarlos. En 1839 nuevamente hizo algunos bosquejos y finalmente en 1841 dio
por terminada una obra de un sólo movimiento a la cual puso el título de
Fantasía para piano y orquesta, en La menor.
Su esposa Clara Wieck interpretó la pieza
el 13 de enero de 1841 en la sala Gewandhaus de Leipzig, pero al parecer nadie
se interesó en la obra y Schumann puso esta nota en la partitura: "Vender
a cualquier editor". Así estuvo olvidada algún tiempo, hasta que Clara
hizo algunas sugerencias a su esposo y éste compuso el Intermezzo y el Rondó
final para completar la Fantasía. El estreno del Concierto en La menor, tuvo
efecto el 4 de diciembre de 1845 en Dresden, con Clara como solista y la
dirección de Ferdinad Hiller. La obra fue acogida favorablemente, recibiendo
buenas críticas de los periódicos Leipziger Allgemeine Musikzeitung y del
Dresdner Abendzeitung.
Clara Schumann escribió poco
después respecto a la obra: "Tan
rico en invención, interesante de principio a fin, lleno de frescura y
bellamente cohesionado como un todo ... El piano no es sólo un solista sino un
instrumento más tejiendo la música con la orquesta... no se puede pensar en uno
sin el otro".
Durante toda su carrera como pianista, Clara tocó el Concierto en La menor con el deseo de que fuera conocido ampliamente y aceptado por el público, siempre reticente a la música de Schumann. En 1859, un estudiante del Conservatorio de Leipzig llamado Edvard Grieg escuchó a Clara interpretarlo y más adelante se inspiró en él para componer su propio y también muy bello y conocido concierto. Por diversas razones, el Concierto para Piano de Schumann constituye posiblemente la obra cumbre de su producción. El tema básico de su desarrollo es el sentimiento de dos personas enamoradas, su anhelo de felicidad y dicha, la pasión que lo inspira. He aquí el primer movimiento. Acompaña a la pianista la Orquesta Gewandhaus de Leipzig bajo la batuta de Riccardo Chailly
A pesar de que el sueño empieza a vencerme quiero ofreceros otra joya más: el Quinteto en Mi bemol Mayor, para piano y cuarteto de cuerdas op 44. Schumann compuso esta obra con la mayor
riqueza y libertad de que era capaz, . Era la primera vez en la historia que alguien utilizaba
esta composición instrumental de tan brillantes consecuencias, desde
Brahms y Dvorak, hasta Cesar Franck, Fauré, Elgar, Bretón, Granados o
Shostakovich. Schumann lo dedica a Clara, su amada sobre todas las cosas desde
aquel día del año 1835 en que la oyó decir cosas sensatas y vio brillar en sus
ojos "un secreto y profundo rayo de amor".
Sin duda el Quinteto en Mi bemol mayor supone uno de los momentos más altos de aquella inmortal historia de amor, al principio contrariado por la oposición del padre de la novia. Pero hasta fue útil para forzar una reconciliación entre suegro y yerno. El viejo profesor Wieck, desde su soledad en Dresde, invitó a Clara a comienzos de 1853, pidiéndole que le llevase la partitura del Quinteto. Cuando lo leyó envió a Schumann una carta encabezada por la frase latina "Tempora mutantur et nos mutamus in eis" (Los tiempos cambian y nosotros cambiamos con ellos) y donde, por vez primera firmaba "tu padre".
La emoción me pide que esto no se
acabe, como sucede cuando sentimos vivamente una emoción auténtica. Pero es muy
tarde ya. Espero que lo hayáis saboreado. Porque la emoción del arte como
cualquier emoción es frágil y poco duradera y hay que conformarse, porque en
ello estriba su esencia.