Tomaron
manzanilla y lágrimas. El eremita de la Antequeruela Alta se había transformado
ahora en un indio comechingón, embutido en un poncho de vicuña, que los
sobrecogió con su silueta cortante, de puro espigada, al abrirles la puerta.
Aunque no le gustaba estrechar las manos ajenas por temor a contagiarse de
todos los males del mundo, lo que daba lugar a que se pasara el día
lavándoselas casi hasta rasgarse la piel, le tendió la suya, huesuda y fría,
como el invierno argentino. Era la mano que había escrito El amor brujo y El retablo de maese Pedro. Una
mano suave como su voz, que acariciaba el aire para ir abriéndose paso
modestamente por el mundo, como pidiendo perdón por su propia existencia.
Hablaron y las esquirlas dormidas de sus respectivos acentos, malagueño teñido
de granadino, y gaditano santamariaporteño, parecieron repiquetear una vez más
en sus lenguas. Mas fue un instinto inmediatamente difuminado por la gélida
realidad de aquel paraje extraño, ahora ni siquiera amigable, que provocó que
el anfitrión les instara a entrar cuanto antes, para que no se escapase el
calor del hogar. Y entonces hablaron con esa cadencia deshilachada de quien ha
perdido su identidad en una maleta hecha con la prisa del exilio y no logra
encontrar en su lugar de acogida ninguna de la talla de aquella, que pudiera
volver a encajar bien con él.
Alberti con el laudista Paco Aguilar y el pianista
Óscar Collacelli
junto a don Manuel de Falla en casa de éste. (En Altagracia,
Argentina 1945)
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Así empieza ”El relato” de Federico García Lorca que el 2 de junio Martín Llade dedicó en su programa Sinfonía de la mañana, de Radio Clásica, al encuentro con Manuel de Falla que Rafael Alberti le dedica en “La arboleda perdida”, su libro de Memorias. Hoy, 18 de agosto
de 2016, se cumplen 80 años del asesinato de Federico García Lorca. El genial
poeta y dramaturgo de la generación del 27 fue asesinado mediante fusilamiento
a la edad de 38 años por republicano, rojo y homosexual… ¡qué grande tu España! . El relato continúa así:
El
poeta traía consigo su invitación a un viaje sonoro y al laudista Paco Aguilar y
al pianista Donalo Colacelli. Quería agasajar al maestro recitando aquel
recorrido poético-musical que iba desde Juan del
Encina a Halffter y Nin, pasando
por Bach, Scarlatti y hasta a Don Manuel mismo. Éste
se encogió dentro de su poncho de vicuña, como refugiándose dentro de su propia
modestia, pero consintió. Se sentó en una silla tan austera como la decoración
de aquel salón, en el que el piano hacía las veces de negro altar del
particular culto a la sobriedad de su propietario. Quizás consciente de
aquello, Colacelli miró implorante a Don Manuel, como si destapar las teclas
fuera algo tan osado como levantar el velo de alguna muchacha de la que él
fuera tutor.
- Sin miedo, hombre -le dijo éste-
Yo mismo he desinfectado esta mañana las teclas con alcohol.
El
poeta acometió el recitado de la cantata, acompañado por los dos músicos:
Abre el laúd sus
labios/una rosa.
¿Qué volará al
silencio de esa rosa?
¿Qué de lo más
profundo de esa rosa,
de su pecho de
aire, por el aire,
de su caja de
aire, por el aire?
Un pájaro al
cordal,
cuatro alas al
mástil,
un cabello
amarillo al clavijero,
al puente un
llanto siempre de viaje…
Cuando se aludía a España o
alguna de sus ciudades el rostro de Don Manuel pasaba de repente de la
luminosidad al desánimo, como si a cada evocación de sus lugares queridos
tomara conciencia de lo lejos que se encontraba ahora de ellos. Creyó el poeta
ver temblar sus labios cuando parafraseó el famoso cántico de Juan del
Encina a la muerte de Isabel la Católica:
Triste España sin
ventura,
todos te deben
llorar,
despoblada de
alegría,
para ti en nunca
tornar.
Y luego, hasta sonrió al escuchar
la dedicatoria a su propia música, enhebrada por el poeta entre los versos de
la jota que dicen que no nos queremos: La jota es un toro bravo en medio
de un olivar.(…) La jota es un toro bravo en donde le da la gana.
Tampoco
le pasó desapercibido que cuando el nombre de Granada aparecía en mitad de un
verso, Don Manuel parpadeaba como si alguien le hubiera hundido un alfiler muy
dentro de su ser. Pero al final de la cantata batió sus palmas con entusiasmo,
arrancando de su piel y huesos un chasquido seco. Acaso llevara mucho tiempo
con el ánimo enmohecido. Pidió a su hermana María del Carmen que
trajera pastas y la famosa botella de manzanilla sanluqueña, de la que él, por
no romper sus hábitos, no bebió.
- Costó encontrarla, no lo crea -le confesó el músico- Pero
cuando me escribió diciendo que vendría quise agasajarle.
- Me hace usted feliz, maestro -replicó Alberti- Beber esto
es como dejar deslizarse por la garganta un puñado de rayos del sol de España.
Don
Manuel no pudo evitar hacer la siguiente reflexión al escuchar, una vez más,
aquel nombre que tan lejano, pero jamás ajeno, les resultaba a ambos ahora:
- España, sí. A fuerza de rehuirla para no morir de melancolía, al principio traté de que nada me la recordase. Evité colgar de las paredes
cuadros y fotografías que la representaran. Llevé al desván el Quijote y la
poesía de Garcilaso, e incluso hasta retratos míos, hechos por amigos
españoles, como Zuloaga o Picasso, hice por ocultarlos. Pero, al final, toda esa
ausencia de referencias cobró forma de vacío ante mis ojos. Una ausencia verde
y blanca con la forma de la Vega de Granada y la Sierra de Córdoba. Porque vaya
donde vaya, aún desnudo por el mundo (Dios me perdone por hablar así), no puedo
arrancarla de mi interior. ¿Sabe qué? Que por mucho que intenté apartar
España de esta casa al final acabé cayendo en la cuenta que la hora de ese
reloj de ahí, el que domina la estancia, no iba bien. Pensé que sería un fallo
del mecanismo y fui a corregirla, hasta que me di cuenta de que lo que sucedía
era que el reloj estaba marcando la hora que es en este momento en España. Al
caer en la cuenta de ello, no pude tocarlo y así se ha quedado. Y cuando yo
muera, porque sé que ya no volveré, mi corazón se detendrá como si estuviera
realmente allí.
Al
poeta también le sucedía. Pensaba con frecuencia en la bahía de Cádiz, y en la
Sierra de Guadarrama, y en aquel viaje hacia el norte del que había traído como
recuerdo su libro La amante. Y hablando de ausencias, había un
nombre que no se acababa de pronunciar allí. Trató de que surgiera de forma
natural:
Y ahí está mi abuelo, en el estreno en Granada de Mariana Pineda, en 1929 |
- ¿Cuánto hace que nos conocemos, Don Manuel?
- Mucho ya… ¿No fue en el 29, cuando…?
- Sí…Eso, cuando…
El
nombre común de quien les había unido si no en amistad sí en mutuo respeto y
admiración debía surgir entonces. Pero no lo hizo. Fue como un vacío, de
aquellos que tan atinadamente había descrito Don Manuel. Una silueta de piel
aceitunada, traje blanco y pajarita negra pareció por unos instantes
relampaguear en el recuerdo de ambos. Don Manuel cambió de tema:
- Nos hacemos viejos… Parece que fue ayer. Recuerdo que me
dieron a leer su Marinero en Tierra y me sorprendió mucho. No parecía la poesía
de un autor concreto, sino la misma voz del pueblo. Como extraída del
cancionero de Gil Polo.
- Eso me pasó con un poema de La amante. ¿Sabe que un día
se lo escuché a un cantaor en un tablao? Le pregunté de dónde lo había sacado y
se limitó a decir: esto es del pueblo. ¡Y era mío!
- De todos modos, cuando le conocí a usted, amigo Alberti,
andaba metido en otras lides poéticas. Esa obrilla… permítame decírselo,
blasfema de Fermín Galán… No. Esas cosas no van conmigo.
- Sí, eso fue algo después. Usted se refiere quizás a
cuando escribí Sobre los ángeles. Es lógico, todos pasamos por esa etapa de
surrealismo… Ay, cuántos éramos y cómo nos hemos ido desperdigando…Bergamín,
Cernuda, Altolaguirre…Y Aleixandre, y Guillén…
El
nombre estaba a punto de salir. Don Manuel suspiró. Le sirvió más manzanilla. Paco
Aguilar y Colacelli se hallaban enfrascados en animada conversación con la
hermana del maestro. Alberti cambió entonces de tema:
- ¿Recuerda el primer concurso de cante jondo? Yo tenía
veinte años y aún no había publicado nada. Pero me dejó una honda huella que
usted…ustedes recuperasen ese repertorio considerado de tugurio y lo elevaran a
la categoría de arte.
- Sí… Lo hicimos. Pero era necesario y lógico. Resultaba un
dislate que una joya así permaneciera arrinconada, casi como si de música de
delincuentes se tratase. De todos modos, de no haberlo hecho nosotros, hubieran
podido reivindicarlo otros… Fue así.
Ése otro que también había
participado, ofreciendo conferencias, escribiendo poemas, ensalzando el canto
más sentido del arte español. ¿Por qué no aparecía su nombre? Estaba decidido.
Lo diría.
- Don Manuel. ¿Sabe? A veces pienso… Es tan injusto todo
esto. Él no tenía verdaderas ideas. Era como un niño con aquella sonrisa
traviesa. La misma que esgrimía si se le ocurría algún verso genial o si te lo encontrabas
por la calle con algún amigo que nunca era el mismo. Yo pienso, seriamente, que
tendría que haber sido yo y no él. Nunca hubiera matado a una mosca. En cambio,
yo sí me impliqué en…
Don
Manuel se levantó como impulsado por un resorte. Tomó un tomo de su biblioteca
y se lo mostró. Eran los Episodios Nacionales de Galdós.
Manuel de Falla y Federico García Lorca. Francisco Izquierdo. Fundación Caja Granada. |
-¿Lo ha leído?-inquirió Don Manuel- Es maravilloso. Me ha
hecho recordar mi niñez. ¿Y sabe? Han pasado más de cien años desde la guerra
con los franceses y hemos seguido cometiendo los mismos errores desde entonces.
Nunca aprenderemos nada. Supongo que es la bendita ignorancia española la que
tanto les atrae de nosotros a los extranjeros, incluyendo a los argentinos.
Alberti
comprendió que no debía tocarse ese tema. Suspiró y apuró el manzanilla. El sol
de España acababa de atragantársele en el corazón.
- Sí… ¿Sabe?-rememoró- Yo le vi en sus últimos años, a
Galdós, cuando estaba ya ciego, en el retiro. Estaba haciendo de modelo a la
estatua que le esculpió Victorio Macho.
Llegó la hora de
la despedida, y en ello sintió el poeta el triste temblorcillo del pálpito,
porque algo le decía que no volvería a ver a Don Manuel de Falla. Éste, poco
dado al contacto físico con sus semejantes, le acercó, sin embargo, los labios
al oído:
- No me juzgue mal, querido Alberti -susurró- Sé muchas
cosas terribles de aquello, pero mi conciencia no me permite hablar.
Así
se despidieron. Rafael Alberti sabía, porque no era un secreto, que Don Manuel
había tratado de interceder por su común amigo en aquellos días de locura en
Granada. Dos veces fue al gobierno militar, esgrimiendo su estatura de
compositor universal y embajador de España ante el mundo. Incluso esgrimió
documentos firmados por personajes de peso del movimiento que permitieran
librarlo de su prisión. La primera vez se rieron de él y la segunda le dijeron
que no sabían dónde se encontraba y que seguramente ya estaría en Madrid,
arengando a las masas con sus consignas de Moscú. Ahora se rumoreaba por la
Argentina que le habían matado a culatazos en su celda, rumor que Alberti sabía
infundado, porque lo fusilaron en Viznar, pero que al que al parecer el
horrorizado Don Manuel daba crédito. Quizás le atormentaba la idea de haber
estado a tan pocos metros de donde debió estar encerrado, sin lograr nada.
Tal y
como sospechaba el poeta, no volvería a ver a Falla, pues éste fallecería
el año siguiente. Pero esa tarde, tras despedirle, el compositor gaditano dejó
el volumen de Galdós y extrajo de una segunda fila de libros que no estaba a la
vista, uno que releía en ocasiones, justo el tiempo que se lo permitían sus
ojos, antes de anegarse de lágrimas. Un volumen de poesía de su querido
amigo Federico García Lorca. Y así, en una suerte de azar buscado, dio con
los siguientes versos:
Tardará mucho tiempo
en nacer, si es que nace,
un andaluz tan
claro, tan rico de aventura.
Yo canto su
elegancia con palabras que gimen
y recuerdo una
brisa triste por los olivos.
De la relación de Manuel de Falla y Federico García
Lorca y de la música de/con/por/para Federico de aquel programa va este
post.
Tanto el
músico como el poeta lograron reconocimiento internacional en vida. Sus obras,
muchas de ellas inspiradas en el folklore español y en la cultura popular, los
convirtieron en figuras de alcance universal. Durante unos años, estas dos
personas mantuvieron una estrecha relación artística y personal. El escenario
de esta respetuosa amistad no pudo haber sido otro distinto: el encuentro fue
en Granada.
Manuel Ángeles Ortiz con Federico García
Lorca y Manuel Bueno (1923).
Archivo Manuel Ángeles Ortiz. Centro de Documentación
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Desde ese momento,
pasando por las peripecias en el I
Concurso de Cante Jondo de Granada en 1922 y hasta la reacción de Manuel de
Falla al conocer el asesinato de Lorca, su relación supone una emotiva y
excepcional historia.
A pesar de los
años que separaban a Lorca y a Falla, la amistad que mantuvieron fue profunda y
llena de respeto. Manuel de Falla era
para Federico un ejemplo vivo y entrañable: su constancia, exigencia y búsqueda
de la perfección eran valores que trasladó al trabajo de escribir poesía.
Lorca escribió
muchos poemas inspirados en la lírica popular, además de armonizar sus “Trece
canciones españolas antiguas”, que posiblemente habría escuchado durante su
infancia y que eran trasmitidas de forma oral. A su vez, Falla compuso las “Siete
canciones populares”, obra capital dentro del género de la canción
española, que tanto éxito tuvo en el siglo XIX. Cada una de las canciones de
Lorca, al igual que las de Falla, constituye un espejo de la cultura y de la
tradición española, enriqueciendo el patrimonio musical de nuestra tierra y
logrando que las tradiciones no caigan en el olvido.
Os propongo escuchar la canción Los pelegrinitos de Lorca y la que Falla tituló simplemente Canción ambas interpretadas por la gran Teresa Berganza. A ver qué os suena.
En 1931,
Federico graba junto a Encarnación López “La Argentinita” cinco
discos gramofónicos de pizarra de 25 cm. y 78 revoluciones por minuto (rpm.)
que contenían una canción en cada cara, lo que da un total de estas diez: Zorongo gitano, Los cuatro muleros, Anda
Jaleo, En el Café de Chinitas, Las tres hojas, Los mozos de Monleón, Los
Pelegrinitos, Nana de Sevilla, Sevillanas del siglo XVIII y Las morillas de Jaén.
La Argentinita
puso la voz, el zapateado y las castañuelas y Federico la acompaña al piano.
Solo en una de ellas, Anda jaleo, se
escucha un acompañamiento orquestal. El éxito de estas grabaciones realizadas
por la discográfica La Voz de su
Amo fue inmediato y desde entonces estas canciones son obras claves del
cancionero tradicional.
El siguiente
poema, el “Romance de la Guardia Civil española” del “Romancero gitano” fue
citado en la denuncia contra Federico cuando se le detuvo. Vicente Pradal, gran
admirador de Paco
Ibáñez y de Atahualpa
Yupanqui, incluye este tema en su “Romancero
Gitano”, disco que nos presenta en doce canciones un acercamiento a la obra
de Federico. Impresionante.
También la
ópera ha homenajeado a Federico. El argentino Osvaldo Golijov es el
autor de Ainadamar una ópera
de cámara, dividida en tres escenas, que narra la relación entre el poeta
Federico García Lorca y su actriz preferida, Margarita Xirgu. Ainadamar,
en árabe, significa "Fuente de la lágrimas". El libreto es obra del
norteamericano David
Henry Hwang, escrito en inglés y posteriormente traducido al español por
Golijov.
“Todo lo que he escrito a través de todos
estos largos años ha sido una preparación para esta obra… deseo que las
audiencias, al dejar el salón tras escuchar mi sinfonía, sientan que la vida es
realmente bella…” dijo Dmitri
Shostakovich hablando de su Sinfonía nº 14,
Op.135. Esta sinfonía se construye a partir de 11 textos poéticos de Apollinaire,
Federico, Kuchelbecker
y Rilke,
cantados, a la "maniera" mahleriana, por una soprano y por un bajo.
La atmósfera en general resulta sombría y asfixiante. Desolación, burla mordaz,
en suma, el ejercicio del dolor en su máxima expresión. La sinfonía 14 es una
obra, a pesar de su dolor, profundamente bella. Los dos poemas de Lorca empleados
por Shostakovich pertenecen a la obra "Poema del cante jondo".
Dividido en varios ciclos, el primer poema, De
profundis, pertenece al llamado Gráfico
de la Petenera. El segundo Malagueña es
el primero de los incluidos en Tres
Ciudades.
Es fácil de
imaginar, ¿verdad? En un cuartelillo… con los ojos llenos de lágrimas…
aterrado… paloma blanca desorientada…
Un cerrojo que
se abre… unos gritos… un saco en la cabeza… calor… mucho calor…
(...)Y en una
cuneta la poesía española murió aquella madrugada. (Luis Miguel Artabe)
Buenas
noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.