La intimidad de la
música
Suspiró profundamente y recogió
dos cubiertos, un tenedor y una cuchara, que habían germinado junto a las
zanahorias. Esa misma tarde reemprendió el experimento: plantó una flauta, tres
partituras y un do sostenido. Luego se sentó en el porche y empezó a silbar. Lo
miramos con ojos de rutina. Durante meses abonó la tierra, regó los surcos y
arrancó, incansable, las malas hierbas. Una mañana nos despertó con sus gritos;
nadie entendía su corretear gallináceo, su euforia desmedida. Nos arrastró
hacia los ventanales y abrió el portalón. Desde allí pudimos contemplar,
fascinados, como había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de
cola.
Si el piano es
el instrumento romántico por excelencia se debe en gran parte a la aportación
de Frédéric
Chopin. En el extremo opuesto del “pianismo” orquestal de su contemporáneo extravertido,
apasionado y casi exhibicionista Liszt, el compositor
polaco desarrolló un estilo intrínsecamente poético, de un lirismo tan refinado
como sutil, que aún no ha sido igualado.
Chopin es de
una importancia enorme para todos los pianistas porque exploró una nueva forma
de hacer sonar el piano. Muy pocos han hecho “cantar” al instrumento, exprimiendo
sus recursos tímbricos y dinámicos, con la maestría con qué lo hizo él. Y es que
el canto constituía precisamente la base, la esencia, de su estilo como
intérprete y como compositor. Su técnica para tocar el piano no nos hace gritar
de la sorpresa, sino que entra de forma muy sutil y natural.
“La
simplicidad es el logro final. Después de que uno haya jugado con una cantidad
grande de notas, es la simplicidad que emerge como una recompensa del arte.”
Pero, sobre
todo, el gran logro de Chopin es que encontró el modo de hacer cantar al piano
de una manera personalizada, dirigiéndose a cada intérprete y a cada oyente,
de forma individual. Compone para cada uno de nosotros, exclusivamente. Es una
cualidad muy rara y especial, la intimidad en la música. Chopin no es como Beethoven, que va
declarando a los cuatro vientos sus ideas. Chopin se dirige a ti y solamente a
ti. Eso le da una belleza y una profundidad que, para mí, son importantísimas.
Esta noche
volveremos a escuchar el Nocturne op. 9 no. 2 el más divino poema de amor transformado en música. Fue la pieza con
la que inauguré este blog. Como ya expliqué entonces mi abuela tocaba este
nocturno como si el propio Chopin guiara sus manos. Se había pasado horas y horas
tocando sus obras a oscuras en su piano de cola. Era una chica de "buena
familia" de Isla Cristina (Huelva). Podría contar cosas de ella y no acabaría nunca.
Desde muy pequeña me transmitió la pasión por Chopin y por el vals. No somos
conscientes de lo importante que son en nuestras vidas algunas personas hasta
que ya no están con nocotros.
Es difícil
expresar con palabras lo que Chopin dibujó de manera insuperable con notas: Melancólico
y llenos de arpegios, siempre sutil, dedicado a Camille Pleyel, este Nocturno pasa de la melodía a la exaltación.
La pieza termina tan silenciosa como se inicia. La intimidad es sobrecogedora.
Chopin escribiría
sobre la partitura la manera de digitar para obtener la sonoridad que deseaba,
hecho curioso, ya que a él le gustaba dejar al intérprete la libertad de ejecución:
Si cerráis los ojos es fácil percibir el distinto color de las notas que
suenan, cómo unas veces las teclas del piano son presionadas con fuerza y
energía, otras veces con delicadeza, acariciando la melodía. Así se demuestra
la maestría de un intérprete, que con sólo ver un pentagrama oye la música en
su cabeza, con todo lujo de detalles. Sienten la música, ven la música, la
perciben hasta un nivel en el cual el resto de los mortales jamás seremos
capaces de alcanzar jamás.
Sin desmerecer
al maestro Rubinstein
y a tantos otros, el pianista chino Yundi Li es el mejor
intérprete de los nocturnos de Chopin actuales que conozco, siendo la
competencia muy grande, lo sé. La claridad en la ejecución y su dulce ternura ha sabido para mí captar
como nadie el encanto y el espíritu romántico del compositor polaco.
El pasado 18
de abril tuve la enorme suerte de asistir a un concierto en L’Auditori
de Barcelona, acompañando a mi madre. En él pude escuchar a la maravillosa pianista Maria João Pires
interpretando a su querido Chopin, el autor que la convirtió años atrás en
superventas de la música clásica con su grabación de los “Nocturnos” un
maravilloso regalo que me hizo Jesús (y que escuché con mi abuela infinidad de
veces). Pero como sucede cuando las pequeñas y volcánicas manos de la ilustre
pianista se deslizan sobre el instrumento para extraer la atmósfera esencial de
las grandes obras, ella pasó a ocupar el papel de protagonista con una interpretación
antológica del Concierto
para piano número 2 en fa menor
del compositor polaco, pese a que se había anunciado que ofrecería un concierto
de Mozart.
No os podéis imaginar el alegrón que me dio cuando supe del cambio (con todos
mis respetos y mi admiración a Mozart, evidentemente)
Este concierto
lleva el número dos pero fue el primero que Chopin compuso a los 19 años.
(Pocos meses después verá la luz el segundo, en mi menor, y que lleva el N° 1.)
De estructura clásica en tres movimientos, su estreno se realizó el 17 de marzo
de 1830. Chopin alquiló para ello el Teatro Nacional
de Varsovia y tres días antes del estreno sintió cómo lo inundaba la
alegría al enterarse de que todas las localidades estaban vendidas. La acogida
fue calurosa, de público y de crítica, a tal punto que cinco días más tarde se
vio obligado a ofrecer un segundo concierto, con la sala abarrotada nuevamente.
En este concierto segundo movimiento, Larghetto,
por segunda vez produjo gran efecto. Pero a Chopin no se le subieron los humos
a la cabeza. Escribe a un amigo:
"En todas partes me hablan
del... Adagio!!... aunque no improvisé como deseaba... Me piden que haga grabar mi
retrato y lo difunda entre el público. Me opongo, porque sería demasiado... ¡y
además no tengo ganas de servir para envolver manteca! ..."
Si os apetece
escucharlo entero, aquí os dejo a Maria João Pires con Trevor Pinnock y la Orquesta
Filarmónica alemana de Bremen en un Concierto en el Teatro de los Campos
Elíseos de París, el 16 de enero de este año.
Como propina, aquella memorable
noche en L’Auditori Pires nos ofreció el Vals
en re bemol Op 64 Nº 1 llamado "Vals del Minuto" o "Vals del
Perrito"
Pasemos ahora a otra de las composiciones más famosas de Chopin, los “Estudios”. El pianista tuvo que elegir el oficio de profesor de música como medio de vida por razones de necesidad: sus composiciones le significan sumas ínfimas y ofrece muy pocos conciertos (y a menudo en beneficio de alguna obra de caridad) Aun cuando gran cantidad de alumnos pertenecen a la aristocracia parisina (George Sand se referirá irónicamente a las “magníficas condesas”, las “deliciosas marquesas”, las “alumnas idólatras”); también tendrá una quincena de alumnos de valía que no pertenecen a la aristocracia.
Los Estudios
son pequeñas obras creadas primordialmente destinadas a desarrollar las
capacidades técnicas, destrezas y expresivas del instrumento para sus alumnos. Por
consiguiente, cada estudio está consagrado a dominar una destreza técnica
específica y se basa en un solo motivo musical. Pero los Estudios de Chopin
trascendieron este estadio para convertirse en piezas claves del repertorio
para piano, hasta inclusive muchos de ellos tienen su título propio como
Estudio "Tristeza" o el archifamoso "Revolucionario".
¿Seguimos? Chopin
da mucho de sí… No podía hablaros del compositor polaco y soslayar sus
polonesas. No obstante tratarse de una
danza popular polaca, Fréderic Chopin no fue el primero en escribir
"polonesas". Antes de él, escribieron piezas "en ritmo de
polonesa",
Bach, Telemann,
Mozart y Schubert. Y
después de él, Musorgski
y Tchaikovsky.
En simultaneidad con Chopin, también escribieron polonesas Liszt y Schumann. Pero de
todas las "polonesas clásicas", las de Chopin son las más célebres,
tal vez porque Frédéric, además de ser polaco, adquirió a lo largo de su vida
gran destreza en su composición, habida cuenta de que su primera obra, escrita
cuando tenía siete años, fue precisamente una polonesa.
La polonesa en
La bemol mayor
opus 53, denominada
"Heroica" por alguno de sus editores fue escrita en 1836 y publicada
en 1843. La fecha de su composición puede darse por segura puesto que se
conserva una copia autógrafa del 12 de septiembre de 1836, copia que Frédéric
ofrendó a una joven Clara
Wieck, de diecisiete años, a su paso por Leipzig, y sobre la que estampó de
su puño y letra, las palabras: "de su admirador".
Los compases iniciales
de esta polonesa fueron ejecutados en muchas ocasiones por Radio Varsovia para
elevar el espíritu de la nación mientras el ejército de Hitler se aproximaba a
la capital. Cuando la emisora de radio fue silenciada, el 1º de septiembre de
1939, el pueblo comprendió que su país nuevamente había caído en la cautividad. A
continuación, la Heroica interpretada
por una jovencísima Martha
Argerich
La Fantasía en fa menor op 49 es una de aquellas
"piezas diversas" de Chopin que no encajan en una estructura
tradicional consagrada, y entre las que se cuentan, por ejemplo, una barcarola,
una canción de cuna y hasta un bolero español. Chopin la llamó
"fantasía", título que mejor acomoda a una composición libre, con
imprevistos cambios de tonalidad, textura y ritmo, y momentos que parecieran
estar destinados a la improvisación. Un primor .
Llegó el final. Como dice un político de cuyo nombre no quiero acordarme, estoy un poquito cansada. Dejo en el tintero, pues, sus “Baladas” y “Preludios”. Quizás otro día.
El 30 de octubre de 1849 muere Frédéric Chopin a causa de la tuberculosis. Una enfermedad muy romántica, por cierto, aunque hace años que corren dudas sobre la verdadera causa. El cuerpo del compositor fue depositado en un sencillo panteón (división XI del famosos Cementerio de Père Lachaise de París) y se le esparció un poco de tierra de su país natal, que el compositor siempre había conservado en una urna que le había sido entregada al abandonar Polonia el 2 de noviembre de 1830.
Llegó el final. Como dice un político de cuyo nombre no quiero acordarme, estoy un poquito cansada. Dejo en el tintero, pues, sus “Baladas” y “Preludios”. Quizás otro día.
El 30 de octubre de 1849 muere Frédéric Chopin a causa de la tuberculosis. Una enfermedad muy romántica, por cierto, aunque hace años que corren dudas sobre la verdadera causa. El cuerpo del compositor fue depositado en un sencillo panteón (división XI del famosos Cementerio de Père Lachaise de París) y se le esparció un poco de tierra de su país natal, que el compositor siempre había conservado en una urna que le había sido entregada al abandonar Polonia el 2 de noviembre de 1830.
Poco tiempo después,
se lanzó una suscripción presidida por el pintor Eugène Delacroix,
con el fin de realizarle un monumento. Entre otros, Pleyel, Franchomme, su buen amigo Thomas Albrecht y el pintor Kwiatkowski contribuyeron con el proyecto, sin olvidar a
su última alumna Jane Stirling. El monumento, cuyas esculturas se las debemos a
Jean-Baptiste Clésinger, el marido de Solange Sand, hija de George Sand, con la
que Chopin siempre había conservado una gran amistad, fue inaugurado
finalmente el 17 de octubre de 1850, en una conmovedora ceremonia. En la cumbre
de la tumba está colocada Euterpe, musa de la música, que, desconsolada y con
las cuerdas rotas de su lira, sumerge su mirada en el retrato de perfil de
Chopin.
Posiblemente
el mejor acompañamiento tras relatar el final de su vida es su Marcha fúnebre. La Marcha fúnebre que
escucharemos (compuso dos) es la que pertenece a la Sonata
para piano nº2, que previamente no formaba parte de la misma. Es la más
famosa marcha lúgubre, emocionante y solemne, aunque la sección central supone
un contraste de consolación con su bella melodía, recuerdo sublimado de la
persona desaparecida.
Espero que Chopin os lleve amoroso a los brazos de Morfeo. Buenas
noches. Bona nit. Καληνύχτα. مَساءُ الخَير . Gabon. Boas noites. Bonne nuit.
Fuentes: Wikipedia, La belleza de escuchar, Akifrases,... y mi abuela, cómo no.