"Quiero infundir la música con una
nueva pasión para restaurar lo que el hombre destruye"
Recordar los Conciertos
de Año Nuevo, el evento más popular de la música clásica, para mí es hablar
de Lorin Maazel. Esta
maravillosa manera de empezar el nuevo año, si era dirigida por él siempre supuso todo un acontecimiento en casa. Con su gesto ligeramente desganado, llegaba,
dirigía y vencía. Vencía ante el público de la Opera de Viena, ante la
potencial audiencia de 1000 millones de personas de 60 países, ante mi familia,
ante el corazón de aquella jovencita que, enganchada a la pantalla del
televisor, le vio dirigir el 1 de enero de 1980 por primera vez.
Creo que se me nota que estoy de vacaciones y un poco desconectada del mundo. O quizás
es que las únicas noticias que me mantienen alerta son las del genocidio
palestino. El caso es que hasta ayer no supe que se acababa de apagar la vida del
gran maestro.
¿Os dais cuenta? El mes de julio ha sido nefasto para el mundo de la música
clásica. El mismo día, exactamente 10 años antes, el 13 de julio de 2004, murió
Carlos Kleiber. Y un
16 de julio, hace 25 años, el mundo perdió a Herbert von Karajan, "el Grande".
Fue un maestro, Maazel, aunque hay quien dice que insufrible. En sus 70 años de carrera estuvo al frente de unas 150 orquestas en
más de 5.000 óperas y conciertos. Además grabó unos 300 discos de música
clásica y compuso decenas de obras e incluso algunas óperas. Era una
personalidad de humor cambiante, de gesto extraordinariamente claro y preciso, optimista, autoritario y sugestivo, tan práctico de
cara a los músicos que dirigía como brillante para el público. Persuasivo, para
unos y otros, su estilo, de gran teatralidad y pródigo en la utilización de
recursos gestuales, fue fiel expresión de su concepción emotiva y apasionada de
la música. Aunque fue tildado de excesivo y efectista por ciertos sectores de
la crítica en sus interpretaciones reflejaba su elevada sensibilidad y perfecto
dominio de la técnica. Sobre su forma
de dirigir él decía en una entrevista en el suplemento "El
Cultural" del diario "El Mundo", en mayo de 2001:
"El mérito del director viene de saber escuchar. Si en el oído está el
sonido justo, el gesto se encuentra y van apareciendo todos los matices (...)
¿Cómo se puede controlar lo que sucede durante una interpretación si no está
todo en la cabeza? Si estás pendiente de pasar las páginas de la partitura es
inevitable perder concentración y contacto con la auténtica música. En muy
contadas ocasiones utilizo la partitura. Sólo cuando no ha habido tiempo
material porque es nueva o bien porque es una mera lectura. Como director,
intento ser muy práctico. Me esfuerzo en memorizar con rapidez pero sólo porque
es la única manera de liberarme de las notas para construir la música de
verdad".
Como os decía antes, ese 1 de enero de 1980 fue su primer Concierto de Año Nuevo en el que Lorin Maazel substituyó a Willi Boskovsky, quien se había
retirado después de dirigirlo sin interrupción durante 25 ediciones (1955 a
1979, ambas inclusive).Desde entonces yo, mi familia, el mundo entero pudimos deleitarnos con su dirección en 11
ocasiones (1980, 1981, 1982, 1983, 1984, 1985, 1986, 1994, 1996, 1999, 2005). Su
condición de matemático daba pie a un sonido redondo y compacto aplaudido por
crítica y público.
Maazel presumía de no ponerse nunca nervioso ante un concierto. “Sentirse
nervioso es una señal de egoísmo y yo siempre trato de evitar cualquier acción
egoísta”
Por otra parte, Maazel era conocido por ser un matemático excelente, capaz
de demostrar, como Pitágoras, que la música y las ciencias exactas tenían
muchos puntos en común. O la filosofía, disciplina en la que, como las matemáticas,
se formó Maazel en la Universidad de Pittsburgh. Esta condición hizo de él un
hombre de gran formación cultural, políglota e interesado por todos los campos
del saber.
Pocas batutas tan idóneas como la de Maazel para otorgar toda la dimensión
y el brillo a cualquier pentagrama, para sondear en los meandros líricos de
cualquier obra dramática o sinfónica. Dibujaba la música en el aire como nadie
a base de sutiles movimientos de muñeca, de un revoloteo elegante de ambas
manos, con una izquierda prodigiosa, que regulaba dinámicas y moldeaba frases.
La batuta era clara y poseía una apolínea manera de dividir y subdividir
compases, de penetrar en todas las estructuras del pentagrama, que resultaba de
esta manera, prácticamente sólo con el gesto, estupendamente explicado.
"Creo que mi mayor aportación
ha consistido en el fraseo, en la precisión, en la pasión y en el buen gusto” “Me gusta
la excelencia y he intentado destacar como violinista, compositor y director”, “Siempre
que tenga éxito en el logro de un alto nivel en cada uno de estos campos, que
por desgracia no son tan a menudo como me gustaría, me siento muy satisfecho",
puntualizaba el polifacético maestro con un cierto sentido corporativo y
patrimonial.
Desde muy joven tuvo una gran debilidad por Ravel, "un hombre de una delicadeza
que me llega al alma; admiro su increíble habilidad para decir mucho con muy
poco":
Maazel también era hincha del futbol, y en especial del Bayern Munich, para quien colaboró en la grabación de algunas versiones de su himno.
El primer director americano y el más joven que había bajado al foso de Bayreuth en 1960, el que más conciertos vieneses de Año Nuevo ha dirigido tras Boskovsky, nada menos que once, posiblemente sólo le falló una cosa, la titularidad de la Filarmónica de Berlín, para desgracia de los berlineses y de todos nosotros
Nos ha dejado, pues, una batuta prodigiosa, una fuertísima personalidad de la música, uno de los directores de orquesta más carismáticos del mundo, alguien que había que ver para creer. Con su muerte, Maazel entra de lleno en el terreno de la leyenda. Aunque, reconozcámoslo, hacía años que ya era una leyenda viva.